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«En el nombre de nuestro Señor Jesús» (1Cor 5,4)

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 6 de septiembre de 2020

Fidel Herráez, arzobispo de Burgos

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 03 sep 2020

Reanudamos nuestras breves comunicaciones semanales en este primer domingo de septiembre. El Señor nos sale al encuentro con las palabras del Evangelio propio de la Liturgia de hoy: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Sí, Él está con nosotros. Con esta certeza os animo a comenzar con fe, con alegría y con esperanza.

Después del paréntesis veraniego nos encontramos a las puertas de un nuevo curso, herido por las consecuencias de una enfermedad que aún sigue entre nosotros, lleno de incertidumbres que muchos estáis padeciendo, cargado de problemas laborales, económicos y sociales, y con muchas situaciones que dejan al descubierto nuestras vulnerabilidades. En este contexto, viviendo y compartiendo las luces y las sombras de esta realidad doliente, comenzamos un nuevo Curso Pastoral en nuestra Iglesia diocesana con la necesaria puesta en marcha de tareas, proyectos y actividades pastorales al servicio de nuestro compromiso evangelizador. Es un tiempo de prueba y de gracia. Y yo os invito, queridos hermanos, a situarnos ante este nuevo curso con la firme esperanza de quien comienza «en el nombre del Señor», atentos y a la escucha de su paso en tiempo de pandemia para saber qué quiere de nuestra comunidad diocesana y con la mirada hacia adelante, fijos los ojos en Jesús que camina con nosotros.

«Reunidos vosotros en el nombre de nuestro Señor Jesús…», dice el apóstol Pablo a una de sus comunidades (1 Cor 5, 4). ¡Cuántos signos hicieron los apóstoles, abriendo paso a la Iglesia naciente, en momentos también difíciles de incertidumbre, poniendo su confianza «en el nombre del Señor»! En esta etapa compleja siento que mi servicio como obispo vuestro adquiere todo su sentido para confirmar la fe del pueblo cristiano y para garantizar la comunión en la misión que tenemos como Iglesia en esta sociedad herida, dolorida y perpleja. Como nos recuerda el Papa Francisco, sé que «el obispo habrá de estar a veces delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados» (EG, 31). Pero siempre deberá estar atento para escuchar lo que el Espíritu Santo está diciendo a través del sentido de fe de los fieles cristianos.

Esta actitud es la que he deseado tener desde el inicio de mi servicio entre vosotros, lo ha sido en los duros momentos del confinamiento, y lo sigue siendo con más convicción en estos momentos de reemprender el camino de nuestra vida eclesial. En esta apertura de un nuevo Curso Pastoral, como os decía hace un par de meses, «pienso que la experiencia vivida nos debe llevar a construir un mundo distinto, porque el mañana no puede ni debe ser como el ayer» (Mensaje dominical, 5 de julio); por eso me gustaría soñar el futuro y avivar en vosotros la necesaria esperanza que nace de la fe y que se proyecta en la caridad, tan urgente hoy.

Ante todo, quiero agradeceros el protagonismo que muchos de vosotros habéis asumido para mantener viva la experiencia real de Iglesia en este tiempo de pandemia, en los duros momentos de confinamiento y a la hora del retorno a una cierta normalidad en la vida parroquial. De un modo especial expreso mi gratitud, en nombre de toda la diócesis, a quienes, a pesar de las dificultades, disteis continuidad a la Asamblea Diocesana, viéndola como una oportunidad para la escucha y el discernimiento comunitario, reflexionando de modo más directo sobre qué nos decía el Señor a su pueblo en estos momentos, y qué quería de nosotros; gracias, pues, a los distintos Consejos, a los Grupos de Asamblea y a los diversos movimientos y asociaciones.

Necesitamos seguir escuchando a Dios que pasa. Él nos habla en la difícil situación de una crisis mundial y en los pequeños acontecimientos de cada día. Pero Dios no es el huracán, ni el terremoto, ni el fuego, como nos recuerda la historia del profeta Elías (cfr. 1 Re 19,11-13). Dios es el susurro de la brisa suave que no se impone, sino que pide escuchar para discernir también en fraternidad, en comunión eclesial.

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Comencemos así este curso, bajo el amparo de la Virgen Santa María. Que Ella nos acompañe y nos enseñe a caminar con fe y con esperanza «en el nombre del Señor».

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