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La fecundidad de la Palabra de Dios en nuestra vida

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 12 de julio de 2020

Fidel Herráez

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 09 jul 2020

Hace unos meses dediqué uno de mis mensajes dominicales al tema de la Palabra de Dios. Fue con ocasión del tercer domingo del tiempo ordinario, instituido por el Papa Francisco como «un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios», con el objetivo de «hacer crecer en el Pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura»…, «para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo» (Motu Propio Aperuit illis.) Hoy deseo retomar este tema por un doble motivo: por un lado, la experiencia del confinamiento pasado, que ha provocado en muchos cristianos una búsqueda y un encuentro nuevo con la Palabra de Dios; por otro, las lecturas de la liturgia de hoy, dedicadas a la acción y a la eficacia de la Palabra de Dios en quienes la acogen con fe.

La experiencia del confinamiento, en lo que se refiere a la dimensión religiosa y vivencia de la fe, ha sido definida como tiempo de «ayuno eucarístico», por la imposibilidad de celebrar comunitariamente la Eucaristía de modo presencial. Esta carencia ha sido sustituida por muchos de vosotros con el seguimiento de la celebración eucarística a través de la televisión, de youtube, o participando incluso en Eucaristías online por medio de plataformas que, gracias a Dios, han tenido un notable desarrollo durante esas semanas y han prestado un enorme servicio en muchos sentidos.

Esta situación, por el hecho mismo de la necesidad que nos estaba envolviendo y por la animación y ayuda que suponía el seguimiento de las celebraciones desde nuestras casas, ha suscitado también en muchos un acercamiento más directo y personal a la Palabra de Dios. Hemos podido valorar la centralidad de la Palabra y por eso darnos cuenta de que la Palabra de Dios forma parte esencial de la Eucaristía. Ahora podemos entender mejor que la celebración del Pan nace de la Palabra, y por ello valoraremos más intensamente la proclamación de la Palabra en nuestras celebraciones comunitarias. Veamos también como una gracia la recuperación de la oración, del silencio y del tiempo necesario para leer y reflexionar de otro modo la Palabra de Dios. No olvidéis esa costumbre que ha servido para profundizar vuestra experiencia de fe.

Gracias a la lectura de la Sagrada Escritura nos hemos reencontrado con Jesús. San Jerónimo escribió con verdad: «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is.prólogo:PL 24,17). Por el contrario, al tener los Evangelios como libro de cabecera y al leerlos con frecuencia, Jesús nos ha resultado más cercano, pues le hemos visto cuando caminaba de aldea en aldea e iba respondiendo a las necesidades, a los problemas y a las expectativas de las personas que encontraba en su camino. También para nosotros, entre incertidumbres y preocupaciones, la Palabra del Señor nos ha acompañado, consolado y estimulado, suscitando procesos de discernimiento y alimentando nuestra oración. Necesitamos seguir alimentándonos de ella para descubrir y vivir en profundidad nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos.

La lectura del Evangelio de este domingo nos ofrece la parábola del sembrador, que nos invita a tener la actitud adecuada para que la acción de la Palabra en nosotros sea más fecunda. El sembrador hace resonar el mensaje del Evangelio, pero su destino es diverso en función de la disposición del que escucha: a) a veces esa Palabra cae al borde del camino, es escuchada con indiferencia, sin entenderla ni prestarle atención, y por ello no es eficaz, se diluye como algo que no significa nada; b) a veces cae en terreno pedregoso, porque somos inconstantes y superficiales, y no somos capaces de recoger su interpelación; c) a veces cae entre zarzas, y los afanes de la vida y las seducciones de este mundo hacen que sea estéril; d) pero a veces encuentra el terreno adecuado y por ello es fecunda, transforma la vida del creyente y de la sociedad. Lo que se nos pide es abrirnos a la Palabra, acoger la semilla y renovar la esperanza en la acción salvadora de Dios.

La primera lectura, del profeta Isaías, nos estimula a confiar en la fuerza de su Palabra. «Porque, dice el Señor, como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía» (Isaías 55, 10–11). Tenemos que creer en la fuerza transformadora del Evangelio y dejar que siga siendo en nuestra vida como la lluvia y la nieve que empapa la tierra para fecundarla, para hacerla germinar, para que dé frutos abundantes.

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En el camino de escucha y cumplimiento de la Palabra de Dios nos acompaña la Madre del Señor, Que Ella nos enseñe y ayude a decir de corazón: «Hágase en mi según tu Palabra».

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