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Día de la Inmaculada Concepción

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 8 de diciembre de 2019

fidel herraez

Santi Otero

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 05 dic 2019

En medio del camino del Adviento, como estrella que alienta y acompaña nuestra esperanza, hoy nos encontramos y celebramos con gran alegría la festividad de la Inmaculada Concepción. Contemplamos agradecidos a María madre de Dios y madre nuestra, que camina con nosotros hacia la Navidad, porque en Ella se encarnó y se nos dio Jesucristo, Vida, Luz y Esperanza de la humanidad y de la historia. Y hoy, en esta solemnidad de la Inmaculada, una de las fiestas de la santísima Virgen más bellas y populares, la Iglesia nos invita a festejar a Santa María llena de la gracia de Dios desde su concepción. Esta es la fe de la Iglesia: Que la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, no fue alcanzada por el pecado original sino que, desde el primer instante de su concepción, estuvo libre de todo pecado.

¿Qué celebramos, pues, en este «día de la Purísima», un nombre acuñado y repetido con devoción y cariño en la piedad cristiana? El Evangelio, de San Lucas (1, 28), en el pasaje de la Anunciación, que se proclama en la celebración de la liturgia de hoy, cuando el Ángel se dirige a María y la llama llena de gracia, nos ayuda a comprender lo que estamos celebrando. ¿Qué quiere decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de Dios. Y si está completamente habitada por Dios, no hay lugar en Ella para el pecado. Cuando el mundo, las criaturas y todas las realidades, aun las más bellas, están tocadas por el mal original, Ella, María, es la única incontaminada, concebida sin pecado, creada inmaculada para acoger plenamente, con su «sí» a Dios que venía al mundo para comenzar así una historia nueva. La Purísima, la Inmaculada, la «llena de gracia» como la llamó Dios por medio del Ángel y como la llamamos nosotros en cada Ave María. Ella es efectivamente la más humilde y a la vez la más grande de todas las criaturas. Con razón le decimos al cantarle: «Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú eres el orgullo de nuestra raza».

En este día grande de la Virgen, bien podemos compartir como un canto agradecido, las palabras de San Anselmo, que la liturgia de la Iglesia nos invita a meditar en el Oficio de Lecturas: «El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia, inefable, resucitada, en cierto modo por ti, ¡oh Señora!, les ha sido concedida … Todas las cosas se encontraban como muertas … pero ahora, como resucitadas [en Cristo] felicitan a María, al verse gobernadas por el dominio de la gracia y honradas por el uso de los que alaban al Señor». Y aún dice más este santo, celebrando la misión que tiene María según los planes de Dios en la historia de la salvación: «Dios es, pues, el Padre de todas las cosas creadas; y María es la Madre de todas las cosas recreadas. Dios es el Padre al que se le debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se le debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien fue todo hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado».

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Como sabéis, todos los años los Papas acuden este día a la Plaza de España, en Roma, para presentar una ofrenda floral ante el monumento de la Inmaculada y para rezar una oración. Os invito a compartir y a rezar juntos esta oración que el Papa Francisco dirigía uno de estos años (2016) a la Virgen Inmaculada:

Madre Inmaculada, en el día de tu fiesta venimos a ti: Necesitamos tu mirada inmaculada, para recuperar la capacidad de mirar a las personas y cosas con respeto y reconocimiento, sin intereses egoístas o hipocresías. Necesitamos de tu corazón inmaculado, para amar de modo gratuito sin segundos fines, sino buscando el bien del otro, con sencillez y sinceridad, sin máscaras y maquillajes, con verdad. Necesitamos tus manos inmaculadas, para acariciar con ternura, para tocar la carne de Jesús en los hermanos pobres, enfermos, despreciados, para levantar al caído y sostener a quien vacila. Necesitamos de tus pies inmaculados, para ir al encuentro de quienes no saben dar el primer paso, para ir a acompañar a las personas que están solas, para caminar por los senderos en busca de quienes se han perdido.

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Os deseo un gozoso y feliz día de la Inmaculada. Pongamos los ojos en Ella para que su luz nos guíe en el camino de Adviento y nos lleve al encuentro con Jesús.

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