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OPINIÓN

El banquillo del derbi

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Carlos Llamas

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 16:34

Juan Antonio Anquela y Rubén Baraja están ya acercándose al tormento del banquillo del Tartiere. Si los dos entrenadores pudieran elegir un fin de semana libre al año, Jaén y Valladolid, con sus noches frías y pueblos vacíos, serían dos destinos épicos para el sábado 17 de noviembre. Cualquier cosa menos un partido de fútbol que, en caso de derrota, les examinará tanto que sus conocimientos, trayectorias y porvenires representarán un libro con las páginas vacías. De nada valdrán.

El derbi de este sábado unirá a dos técnicos. Sólo ellos compartirán sensaciones y pensamientos. Qué noche de viernes. Imposible dormir dos horas seguidas. Un despertar irascible. El móvil vibra y se ilumina, pero ningún mensaje calmará la ansiedad. Tendría que jugarse por la mañana, pensarán. La noche queda tan lejos. El estómago se encoge. Descontar horas es la mejor opción. La única.

En sus días más aciagos en Oviedo y Gijón, Anquela y Baraja merecen, al menos, respeto. Antes y después del derbi. Amparadas en la pasión o en sus sueldos anuales, toda crítica contra el entrenador parece justificada. Todos creen saber más que el del banquillo. En época de crisis, el profesional del fútbol soporta un juicio supremo que le consume sin remedio. A los técnicos del Sporting y el Oviedo hay que agradecerles su compostura entre tanto ruido. Los dos están encajando con serenidad toda la presión que viven en los estadios y salas de prensa. Ninguno se rebela contra la crítica a la espera de que un resultado, o dos, acrediten las horas de trabajo.

El domingo se dirá del ganador que preparó bien la semana, que acertó en los cambios y en las respuestas previas a los periodistas, que examinó con mimo las carencias del rival. Del perdedor se escribirá sobre su semblante sombrío, se hablará de él en pasado, se le acusará de no haber estado a la altura del derbi. El entrenador derrotado será menospreciado, pese a haber trabajado tanto como el triunfador.

Cuando acabe el partido, Anquela pensará en Baraja. Baraja pensará en Anquela. Los dos se abrazarán. Pase lo que pase, puede que el entrenador del Oviedo -socarrón, espontáneo- consiga dibujar una mueca de sonrisa en el rostro de su colega. Quizá no se vuelvan a ver en El Molinón. Pero sólo ellos podrán hablar, dentro de unos años, de lo que sintieron aquellas noches de noviembre.

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