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Las Divinas Palabras

Ernesto Medina aborda esta semana: Pádel sí. Pádel no

Tiempo de lectura:2Actualizado10:22

Pasé de la ofuscación y el cabreo sordo al alivio en menos de un día. ¿Cómo era posible que ni el maestro Agudo ni un servidor hubiéramos sido invitados a la reunión de fuerzas vivas organizada por el Ayuntamiento de Jaén para debatir si convenía o no celebrar el torneo de “paddle” en la Plaza Santa María? Pero si habían llamado incluso a los recolectores de chumbos, a los vendedores de paladú, a los que suministran pipas de girasol en sus variantes de agua-sal y saladas; también a los productores de maíz rosetero. Lo cual me parece adecuado pues entiendo que para darle el punto castizo y original las viandas que amenizarían el yantar de los espectadores en los descansos de los partidos deberían ser las citadas y no las vulgaridades anglosajonas de hamburguesas o perritos calientes. No obstante, faltaba el atinado juicio de maese Agudo y quien suscribe, que para opinar sobre lo que le conviene a Jaén nos la pintamos que es una gozada.

El cabreo se me pasó tan rápido como una tormenta de verano de las de antes, que ahora con esta modernidad de la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), no me sea antiguo con lo de gota fría, se tira lloviendo una semana tal cual si fuere la feria de San Lucas. Se disiparon mis nubes por el desprecio inferido cuando comprobé que la reunioncita de marras había sido un paripé porque la decisión ya estaba tomada. Y era que nones.

Me ha sobrevenido otro cabreo, esta vez mayúsculo y persistente puesto que no entiendo nada. ¿Acaso nos sobran las ocasiones de salir en la tele, de promocionar el turismo, de llenar hoteles, bares y restaurantes hasta el punto de que podemos permitirnos la postura de proclamar tan ufanos y dignos la cantinela de “La Catedral no se toca”? Contaba Quevedo en su novela “La vida del Buscón llamado Don Pablos”, en el Buscón, vamos, que los hidalgos viejos pero arruinados a los que no quedaba más caudal que sus ínfulas o la añeja y gastada prosapia de su linaje vestían capa de buen paño que tapaba su desnudez y que además, hambrientos y sin perspectiva de saciar la gazuza, por aparentar se echaban una migas del pan que no se comían por la pechera por si a algún incrédulo alcanzaran a confundir en el engaño de la abundancia. Mucho me temo que con lo del paddle hemos pecado en esas mismas miserias. Y ése no es el camino. Ni mucho menos.

Palabras, divinas palabras.

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