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Divinas palabras de Ernesto Medina. Hoy: las cervezas en la calle

Tiempo de lectura:2Actualizado17 mar 2023

El sábado hubo reunión familiar. Venía mi hermano el “esloveno” a despedirse antes de tornar a Liubliana. De la comida se encargaban Javier y Jesús. Pilpil de gambas, con las cabezas machacadas y fritas para trabar la salsa. Caballa ahumada en los fogones maternos con perlas de AOVE; unas criadillas bien fritas; patatas que no falten de Casa Paco. Cerveza El Alcázar, ¿a ustedes les sabe un poco a hinojo?; asado de carne. De postre, cerezas de Torres. Además, Sandra había traído una exquisitez de crema de turrón de Jijona que los más innovadores mezclaron con sorbete de limón. Mi venerado padre me regalaría para rematar una copa de brandy Luis Felipe.

Supuse que, ante tal despliegue, el refrigerio sería en la terraza de mis padres. La cual posee su toldo para procurar sombra, cuenta con una cantarina fuente que se cobija bajo un limonero de macetón grande y limones constantes. Los geranios, las gitanillas y las malvas chinas ponen el color. Las aspidistras, palmitos, laureles y helechos, el verdor. Ningún sitio mejor para departir sobre lo divino y lo humano.

Pero hete aquí que cuando estaba llegando, veo a lo lejos una reunión de particulares sentados en los veladores de un bar. “¡Desdichados!”, pensé. “No tienen una terraza como a la que yo me encamino”. Al aproximarme, contemplo con estupor que son los míos. Que habían bajado a la cafetería de la puerta de al lado a tomarse ¡una Cruzcampo! Ni siquiera los saludé. Me vino a la mente lo que decía Gandalf en el Señor de los Anillos, “¡insensatos!”. Les pregunté cuál era el secreto gastronómico que encerraba el establecimiento. “Ninguno”, me contestaron. “¿Y no hubiéramos estado mejor en la casa?”. Asintieron, pero alegaron que no era lo mismo. Obviedad cartesiana que habla mucho y bien de la capacidad discursiva de mi familia. Me encogí de hombros, mientras comenzaban los reproches, “cada vez estás más maniático y más chinche”. Negué. “En todo caso huraño y misántropo. Pero a este desplazamiento para empeorar no le encuentro mucho sentido”. Cuando me hubieron dicho que era lo que hacía todo el mundo, comprendí que mi velamen de argumentos estaba desarbolado. “Os espero en la casa”. Me puse un vermú Valpini mientras llegaban. Ni con el néctar conseguí entenderlos. No obstante, queden tranquilos, dilectos oyentes, la reunión transcurrió en placidez y armonía. Y ustedes tómense las cervezas donde les plazcan. Que vivimos en un país libre. O eso dicen y nos creemos.

Palabras, divinas palabras

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