Seis y media de la tarde. Supermercado en el centro de Granada. Un coche estaciona dando marcha atrás justo al lado del establecimiento. Baja su conductor, un hombre de unos 30 años. En la puerta de ese comercio, tres señoras esperan pacientemente respetando las medidas de seguridad. han hecho la compra de la semana y las rodean decenas de bolsas. Está lloviendo. Cuando aparece el coche gris se miran y sonríen. Es él. Por riguroso turno dejan sus bolsas en el maletero del coche. No hay besos ni abrazos ni más saludo que la sonrisa de los ojos tras las mascarillas. El maletero se ha llenado y algunas bolsas con productos higiénicos se dejan en los asientos de atrás. Arranca el coche y desaparece por Pedro Antonio de Alarcón. Las tres señoras emprenden a pie el mismo itinerario. Son tres vecinas de un edificio situado en el distrito Ronda. Vieron en el portal un cartel de otro vecino que se prestaba a ayudarlas con la compra. Y el resultado es que pueden hacer ese recorrido sin la enorme carga de los víveres de toda la semana. Este hombre hace ese recorrido casi todos los días. Doy fe. Y con sus guantes, su mascarilla, y su destreza al volante está facilitando algo la vida de estas familias.

Anuncios en el portal

Se ofrecen los vecinos a todo. Médicos que viven en el tercero, jóvenes universitarios en el quinto, un sacerdote en el pirmero... de todo. También personas que van a ir a comprar a las 12.00 los miércoles o los que van el viernes como manda la tradición. En el otro portal hay quien sustituye al portero para bajar la basura. Y en otro el que lleva la comida ya hecha de una casa a otra. La epidemia de solidaridad es uno de los ejemplos más maravillosos de cómo el ser humano puede encontrar lo mejor de si mismo en condiciones difíciles. Y es también una terapia estupenda contra el aislamiento afectivo que tanto daño puede hacer. 

Familias organizadas

La solidaridad comienza en el propio ámbito familiar. Allí encontramos mil ocasiones para prestar pequeños servicios y disminuir la lógica tensión acumulada en estos días de confinamiento. Horas en las que hay tiempo para todo: estudiar, jugar, hacer retor como decir "pamplonica" con la boca llena de cola cao o ducharse mientras te estrellas un huevo en la cabeza... Pero también momentos más íntimos para conversar con serenidad, pasar por alto algún roce, e inlcuso rezar. Sorprende mucho la gran cantidad de iniciativas que surgen desde las diócesis y otros movimientos e instituciones de la Iglesia para acompañar a las familias en estos momentos. Se da así una dimensión distinta y muy atractiva al encierro que todos estamos viviendo. 

Agricultores en la primera línea de la solidaridad

Son quizá los que mejor saben apreciar la dureza y los que se crecen en las adversidades. Por eso entienden bien que es el momento de ser solidarios. Han ofrecido gratuitamente, en unos momentos muy complicados, sus tractores para limpiar pueblos. Lo hacen en los fines de semana y cuando es menos molesto para los vecinos. Aplican su sabiduría legendaria para eliminar cualquier posibilidad de que la pandemia se extienda entre sus vecinos. Y van de un sitio a otro con sus tractores conscientes de que el enemigo ahora es invisible pero se puede vencer. 

Los aplausos, conciertos, recitales de teatro... y clases de baile

En un segundo piso de un bloque cualquiera de Granada, después de los aplausos de las ocho de la tarde, ella se pone a bailar. Ventanas abiertas para que se la vea. Tiene casi 60 años. Sus bailes no son "académicos". Son más bien el reflejo de una ilusión. Bailaba sola pero ahora se han unido los vecinos del otro lado de la calle, y se han animado algunos de los del piso de abajo. Son sólo 5 minutos... pero ¡qué intensidad! En aquél pueblo se ofrecen dos pases de teatro en un balcón y en el otro una médico graba a su marido enfermero mientras ofrece un concierto espectacular en la puerta de su casa. Son las historias de esa epidemia de Granada que frena al coronavirus: el deseo de ser felices y hacer felices a los demás.