La plenitud del Viernes Santo en Córdoba
El sol brilló para cerrar, a la espera del Resucitado, la Semana Santa de Córdoba

La Virgen de los Dolores de Córdoba
Córdoba - Publicado el
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Córdoba vivió este Viernes Santo como uno de esos días que se quedan grabados en la memoria. Todas las hermandades previstas hicieron estación de penitencia, regalando a la ciudad una jornada completa, intensa y profundamente emotiva. Fue un día en el que el tiempo se detuvo, y las calles se convirtieron en altares de fe.
La jornada comenzó con el elegante andar de La Soledad, que fue la primera en ponerse en la calle desde el colegio de los Franciscanos. Lo hizo con su sello inconfundible: el recogimiento, el silencio y la sobriedad que la envuelven como si flotara entre los muros de San Francisco. El arranque perfecto para un Viernes Santo que se presagiaba grande. En el otro extremo de la ciudad, desde el barrio de Electromecánicas, La Conversión emprendía su largo camino hacia el corazón de la Semana Santa cordobesa. No es fácil recorrer tantos kilómetros, pero la hermandad demostró una vez más su capacidad de sacrificio y entrega. A paso firme y sin perder el pulso, alcanzó la Carrera Oficial y regresó de madrugada, dejando huella a cada paso.
En el centro, El Sepulcro volvió a ser un ejemplo de cómo la sobriedad puede ser también majestuosa. Sin estridencias, sin buscar protagonismos, solo con el peso del silencio y la profundidad de su mensaje. El Cristo Yacente avanzó envuelto en respeto, recogiendo a su paso el alma de una ciudad entera.
Uno de los momentos más esperados del día fue, sin duda, el paso de Nuestra Señora de los Dolores. Córdoba entera se volcó con su Virgen. La emoción, las lágrimas, el murmullo del rezo y la luz de las velas crearon un ambiente casi místico. La devoción a los Dolores no entiende de modas ni de edades: es eterna, como su presencia bajo palio. Completaron la jornada dos hermandades que son pilares del Viernes Santo cordobés: El Descendimiento y La Expiración. La primera, con la fuerza narrativa de su misterio, el momento en el que el cuerpo de Cristo es bajado de la cruz. La segunda, con la imponente figura del Crucificado de Expiración, uno de los grandes iconos de nuestra Semana Santa. Ambas llenaron de solemnidad y profundidad una noche que Córdoba supo vivir con respeto y emoción.
Fue un Viernes Santo completo. Uno de esos días que confirman por qué la Semana Santa de Córdoba es única. Porque no es solo arte, ni solo tradición. Es un sentimiento que se hace calle. Y en días como este, también historia.