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22 de junio de 2014. Radiografía de un instante eterno

El gol de Uli Dávila devolvió al Córdoba a la élite 42 años después en un final de partido épico en Las Palmas

22 de junio de 2014. Radiografía de un instante eterno
Toni Cruz González
@tonicruzgon

Redacción COPE Córdoba

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 21:06

19:54 del 22 de junio de 2014. Estadio de Gran Canaria. Juego detenido en la final por ascender a Primera. 1-0 ganan los locales. Algunos periodistas cordobeses rezan mientras asisten atónitos a una inesperada invasión de campo. Ya había algún titular escrito. Minuto 90 iba a titular “Otra orilla muerta”. Los aficionados del Córdoba, irritados, piden que algo suceda. Que se sancione a Las Palmas. Que se acabe ya. Que se reanude ya. Los que estaban allí y los que estaban aquí. Los que tenían fuerzas y los que no. Los que llevaban mucho y los que se convirtieron aquel día a la causa.

19:58. Queda un minuto y medio para el final del añadido. Saca de banda el Córdoba, el balón llega al costado izquierdo tras una falta muy protestada sobre Iago Bouzón que el árbitro no señala. Pelayo trata de disparar a la desesperada, pero su lanzamiento rebota en un rival y le cae a Raúl Bravo, quien intenta burlar a su par pero no puede. El balón llega entonces a Pinillos, pero tampoco puede zafarse de la marca de Ángel, quien pega un patadón que envía el cuero a la posición de Juan Carlos, el portero, que ya está muy lejos de su área. Éste golpea con fuerza tratando de buscar la portería rival, pero su lanzamiento queda corto.



19:59. El marcador de Pelayo, Castillo, en lugar de hacer lo lógico y seguir la pelota se evade y recula, dejando que el asturiano –con su codo vendado y maltrecho- controle con suficiencia con su zurda. Los jugadores de la zona media que llegan a tapar un posible centro del asturiano aparecen muy tarde en escena y Pelayo tiene margen para darse la vuelta, levantar la cabeza, ver que en diagonal y no tan lejos como para no llegar si el pase era bueno, tiene compañeros sorprendentemente sin cubrir y en una posición adecuada. Es un segundo, pero no duda, vuelve a agachar la cabeza justo antes de golpear con su zurda. La pelota vuela durante dos segundos. En ese margen un jugador de Las Palmas (¿Ángel?) levanta la mano como reclamando un fuera de juego que todos saben que no existe. Al mismo tiempo Raúl Bravo se muerde las ganas de correr más para empezar a trotar en su última carrera de la temporada desde poco antes de la línea que marca el área enemiga. Lo hace en el momento adecuado. Está justo en el final de la media luna del área cuando mira por última ocasión la pelota acercarse. Decidido y sin percatarse de quién le acompaña, da cinco, seis pasos fuertes sin perder de vista el volar del balón y las evoluciones de sus compañeros. Barbosa, portero rival, recula movido por la inercia del resto de sus compañeros hacia su línea de gol mientras salta para concentrarse esperando no tener que realizar una postrera intervención de mérito.

Tal vez el hacer tantas cosas al mismo tiempo nuble la capacidad de remate de Bravo. Tal vez si no llega a hacer tantas cosas hubiera golpeado mejor y el portero Barbosa la hubiera parado. Lo que sucede es que Bravo golpea la bola con su zurda sin dejar que bese el césped casi cayéndose, de manera inverosímil, débil. La pelota sale de su bota con una fuerza suficiente para impulsarla, pero mínima para que el arquero de Las Palmas sea capaz de corregir su inicial espera. Barbosa, arrodillándose, llega a rozar ese balón un poco. Lo bastante como para que no le diera tiempo a rectificar después, pero no lo suficiente como para que el rebote le llegara a alguno de sus compañeros que pudieran conjurar el peligro.

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El níveo y negro balón se dirige a la red, pero hay un instante –sublime- en el que es dueño del destino, en el que coquetea con el tiempo y con la fortuna. Que se muestra casquivana para deleite de quien ahora se regocija. Ahí, casi parada, detiene el pulso de 32.000 que piensan en frenar su rodar y en cincuenta que soplan por empujarla. Es en ese instante donde aparece Uli Dávila, perseguido por Hernán, Deivid y Aythami y arrastrado por muchos años de frustraciones, de miedos, de acongoje. Quien diga que era fácil empujar esa pelota es que no entiende de fútbol. Es como una escena de baile. Uli la acaricia con su zurda y la bola besa la red como cuando se produce una cópula completa y perfecta. Es el minuto 47:20 de la segunda parte exactamente. Arturo y Raúl Bravo miran al auxiliar, Xisco se dirige al santo del día y le abraza. Es el primero en tocarle. No le deja que se quite la camiseta. Todo ha terminado. Todo ha empezado.

El resto, historia vivida (y por vivir). De profundis clamo at te, memoria.

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