Otra tarde, otra visión - Excelencia Literaria

Otra tarde, otra visión

 

Nacho Barrón, 16 años

Colegio El Prado (Madrid)

Salí de casa a toda prisa, pues había quedado con mis amigos e iba apurado de tiempo. Al cabo de un rato me percaté de que me había dejado los cascos de música sobre la mesa de mi cuarto, pero como ya iba tarde no volví a por ellos. Después de una corta carrera, llegué a la estación del metro, nuestro lugar de encuentro habitual. Esperé unos pocos minutos hasta que me di cuenta de que a mi teléfono habían llegado varios mensajes. Eran de ellos. Cada uno de mis amigos me explicaba, con mejores o peores excusas, por qué, de pronto, no podían venir.

Me quedé con una sonrisa resignada, sin dar crédito a aquellos avisos que, por desgracia, no eran una novedad para mí. Sin embargo, no podía creer que me los hubieran enviado otra vez.

Estaba solo, lejos de casa, sin la compañía de mis cascos para escuchar algo de música con la que animarme. Me puse a pasear sin rumbo, con el fin de calmar mi indignación. Durante unos minutos no dejé de darle vueltas a esa tendencia de mi pandilla a dejarme tirado. <<¿Qué he hecho mal?>>, me preguntaba. <<¡Que les zurzan!>>, concluí.

De pronto me empecé a fijar con detenimiento en las calles que atravesaba. Había estado lloviendo todo el día y las aceras permanecían mojadas. No se veía a nadie. Solo se oía el rechinar de la suela de mis deportivas cada vez que daba un paso.

Se encendieron las farolas. Las luces iluminaban las húmedas baldosas, pulidas con un brillo cristalino que contrastaba con la oscuridad, como contrasta la luna en el cielo nocturno de la ciudad. De vez en cuando, una gota caída de un árbol me alcanzaba la mejilla, con la frescura y delicadeza de una lágrima, como una caricia consoladora.

A cada paso descubrí algo nuevo en aquel lugar que conocía desde siempre, pero que nunca me había detenido a disfrutarlo. A causa de las prisas, de la música y de mis preocupaciones, había usado aquellas calles como una autovía para llegar allá donde estuviese mi destino. Me percaté entonces de que no debo ver el camino como un medio que me conduce a un fin, sino como un fin en sí mismo. Supe entonces que aunque los planes no salgan como espero, no quiere decir que no vayan a salir bien. Necesitaba poner más de mi parte y aprender a disfrutar de mi propia compañía, porque el único que va ha estar siempre conmigo soy yo.

De vuelta a casa, algo cansado pero agradecido con la experiencia del paseo, noté que me estaban llegando nuevos mensajes al móvil. Para mi sorpresa, eran mis amigos, que ahora me pedían perdón y me prometían que nos veríamos al día siguiente. Dudé de si cumplirían su palabra, pero esta vez no me preocupó, pues además de a ellos, sobre todo, me tengo a mí mismo.

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