Macho Borracho - Excelencia Literaria

Macho Borracho

Óscar Sakaguchi

Ganador de la XVIII edición

www.excelencialiteraria.com

 

Antes de que Colón descubriera las costa de América, las autoridades de Tenochtitlán ejecutaban a todo noble mexica al que descubrieran ebrio. En la Nueva España se restringió, durante mucho tiempo, la elaboración y el comercio del “chinguirito” (aguardiente de caña). A finales del siglo XIX, se impusieron sanciones que obligaban a los obreros sorprendidos en una borrachera, a tomar escobas y barrer la ciudad de México bajo el humillante ojo público. En 1950, Octavio Paz, el primer y único Nobel de Literatura que tenemos, advirtió en sus textos la liberación violenta, catártica, que el mexicano halla ingiriendo alcohol, como si fuera una manera de revelar su interioridad, de desprenderse de la máscara que esconde su verdadero rostro.

Nuestra historia parece ser de poca ayuda cuando los mexicanos buscamos erradicar la imagen del «macho borracho» a la que estamos asociados. Pero antes de sentenciar hechos del pasado, deberíamos advertir dos cosas. La primera: casi todas las culturas han creado su propia bebida destilada y se relacionan con ella por motivos religiosos, de tradición o lúdicos. Por tanto, el alcohol y los problemas que acarrea su alto consumo no son elementos exclusivos que definan al mexicano. La segunda: los juicios morales respecto al alcohol suelen ser rigurosos, lo que nos hace olvidar que el alcoholismo no siempre sigue los mismos pasos. Me explico; el mexicano se acerca al alcohol tanto por razones de afinidad como de necesidad. En el Porfiriato, la prensa fomentó la mala reputación de las bebidas alcohólicas, sobre todo el pulque, pues aseguraba que el obrero bebedor no se hacía cargo de sus responsabilidades y se la pasaba endeudado. Claro que esa misma prensa nunca habló de cómo los dueños de algunas fábricas les daban pulque a sus trabajadores para que aguantaran jornadas extenuantes.

Es cierto que, poco a poco, son menos frecuentes las representaciones caricaturescas del mexicano. Nos hemos quitado la pistola, el sombrero y el bigote, pero la botella de tequila sigue en nuestra mano. Seré franco: sí, tenemos una relación íntima con el alcohol, y en muchos casos abusamos de su consumo. Sin embargo, se trata de una tara que también se encuentra en muchos otros países. El alcohol, que es adictivo, puede causar los mismos daños en donde sea que se consuma. Y si en México parece acentuarse este vínculo, es porque nuestra historia y nuestra cultura nos han ligado a la bebida de forma tan positiva como negativa. A la postre, tenemos grandes empresas cerveceras, tequileras y mezcaleras, y nos sentimos identificados con sus productos. El chile, el maíz y el tequila enaltecen la gastronomía mexicana, lo que provoca que nuestro contacto con el alcohol sea más habitual en comparación con otros países y, por tanto, asumamos un riesgo mayor a decantarnos por el exceso.

Aunque todo mexicano sea visto como un ser destinado, casi por naturaleza, a sucumbir ante los placeres y demonios del alcohol, no se trata de una visión objetiva sino generalizada, subjetiva y condenatoria. Desde esa óptica no dejamos de ser ese caudillo exótico, pendenciero, sanguinario y alcohólico con el que los estadounidenses dibujaron nuestra imagen tópica, a inicios del siglo XX.

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