Al servicio del amor - Excelencia Literaria

Al servicio del amor

María Pardo Solano

Ganadora de la XIV edición

 

Con el arranque de las clases, los estudiantes nos equipamos con lo necesario para sobrevivir al curso. Es tarea de cada uno hacerse con los mejores apuntes, comprar uno u otro libro y descargar e imprimir los documentos pertinentes. Pero ganar la batalla a los exámenes no es un ejercicio meramente personal. Nuestros resultados académicos prosperan también gracias a los actos de servicio que nos brindan los demás: el exalumno que nos advirtió sobre los profesores; la explicación de matemáticas de un compañero; el método de estudio recomendado por un hermano y un largo listado de etcéteras.

Aunque algunas de esas acciones son producto de un trapicheo -el típico «yo te paso esto si tú me explicas aquello»-, otros muchos son, en esencia, altruistas; actos que nacen del corazón, ya sea fruto del cariño o de la lástima hacia el otro. Como escribió Antoine de Saint-Exupéry, se trata de «poner la inteligencia al servicio del amor».

Lo cierto es que la actitud descrita en la frase anterior es un modo de vida que se extiende a todas las inteligencias, esto es, a todas las disciplinas. Hablo de abrir las manos y exponer los propios dones y fortalezas para el goce y disfrute de los demás.

Pongamos, por ejemplo, a quienes entienden de cocina: pueden emplear esa habilidad para reunir, deleitar o consolar a sus seres queridos. También la fuerza física es de ayuda, por ejemplo, para cargar con las bolsas de la compra. Quienes tienen facilidad para el canto, lo mismo pueden emocionar a sus familiares que animar una tarde con amigos y acompañar a los que se sienten solos -además, claro, de enamorar a sus fichajes-. Sea como fuere, el poder de un Do es infinito.

 Una persona extrovertida y con capacidad de escucha supondrá un gran apoyo para los más tímidos. En cuanto a los entendidos en moda, éstos pueden guiar a quienes se pasan horas frente al armario sin saber qué ponerse. Asimismo, el liderazgo es un arma valiosísima para (re)dirigir a los demás por el buen camino. Por último, los más creativos pueden inspirar a quienes carecen de tal aptitud, o abstraerles de las preocupaciones a través de sus obras.

 Lo mismo que las cualidades, es justo también repartir otros tesoros no materiales. Me refiero a las amistades, al conocimiento y a los buenos principios. Como me dijo un amigo aludiendo a su formación cristiana: «¿cómo no voy a compartir con otros lo que yo he recibido gratis?».

 Ahora bien, ofrecer algo bueno y valioso puede resultar un desafío de valientes, pues requiere que nos desprendamos de nosotros mismos, del egoísmo, la comodidad y la pereza. Pero pocos negarán que merece la pena, porque ¿quién no ha experimentado la alegría de regalar? Y no me refiero a los paquetes de cumpleaños, sino a todo aquello que ni se toca con las manos ni se mide con patrones. El contento del beneficiario se convierte en tuyo, porque nace de una parte de ti. Por no mencionar la satisfacción que supone el sentirse útil.

Esto último de “saberse útil” tal vez interese a quienes tratan de dar con el porqué de su existencia. Si nos paramos a pensar en lo muchísimo que podemos contribuir con nuestras aptitudes, quizá comprendamos que uno de los sentidos de la vida es hacer la de los demás un poquito más sencilla y feliz.

 

 

 

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