Considerado uno de los países más pobres de África, Zimbabwe ha saltado a la primera página de los medios por el golpe de estado del ejército para impedir el acceso al poder absoluto de la mujer del todavía presidente Robert Mugabe. En principio se trata de uno más de los golpes que ha conocido el continente africano en las últimas décadas. Pero en este caso el Ejército se ha alzado contra el dictador que gobernaba como mano de hierro todas las instituciones. A sus 93 años y ya achacoso, Mugabe pensaba dejar el poder en manos de Grace, su joven y agraciada esposa, bien conocida por sus lujos, mediante un sistema propio de los tiranos: quitando de en medio a sus posibles rivales, entre ellos el vicepresidente Mnangagwa, así como a diversos dirigentes del partido en el poder, considerados héroes de la guerra contra los gobernantes blancos de la antigua Rhodesia.

Mugabe había mantenido un cierto equilibrio entre los diversos grupos que vienen enfrentándose desde hace años en el seno de su partido, el ZANU. Conocido por sus extravagancias, por su corrupción y por haber hundido la economía del país potencialmente rico, no ha sabido calibrar bien sus fuerzas. De momento, el dictador está en arresto domiciliario pero serán bien pocos los que derramen muchas lágrimas si finalmente es obligado a abandonar el palacio presidencial en compañía de la antigua secretaria que enamoró al viejo dictador, y a la cual ha querido hacer el regalo envenenado de un poder que muchos se disputan.