La sociedad española asiste conmocionada a una secuencia de noticias que tienen como protagonistas y víctimas de actos de violencia física y sexual a niños y adolescentes. El caso de los cuatro menores, de edades entre doce y catorce años, que presuntamente violaron a un compañero de nueve años en un colegio de la provincia de Jaén, enciende todas las alarmas sobre una crisis de raíces muy profundas que afecta a la familia, al sistema educativo y al conjunto de una comunidad que parece incapaz de transmitir adecuadamente la experiencia de una vida buena. No estamos ya ante hechos aislados, sino ante un fenómeno que destruye a la infancia e introduce a las nuevas generaciones en una perversa imagen de la madurez. Estamos ante una de las caras más oscuras del llamado cambio social.

Uno de los aspectos más preocupantes es la hipersexualización a la que están sometidas las nuevas generaciones. La pornografía está al alcance de todos en la red y se convierte para muchos en modelo de comportamiento sexual. Se echan en falta propuestas que muestren el significado de la sexualidad y su vínculo con el respeto a la dignidad de la persona, con el afecto y el compromiso personal y social. Las medidas legislativas de protección de la infancia son necesarias pero insuficientes. Ha llegado la hora de reconocer cierta dejación del tejido familiar en esta tarea y el fracaso de un modelo educativo que relativiza la dignidad de la persona y que construye el edificio moral sobre la banalización de las relaciones y una satisfacción individual sin límites.