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Y veintitrés "hijos" después, Pepe y Maru se jubilan como padres de acogida

Isabel Laguna

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 17:41

Isabel Laguna

Con 80 y 72 años y después de haber tenido nada menos que a 23 "hijos" de acogida, Pepe Luna y Maru Cardenete acaban de jubilarse como familia acogedora, una experiencia a la que han dedicado quince años de sus vidas y que, según aseguran, nunca olvidarán porque "te enriquece un montón".

"Nosotros no nos jubilamos, a nosotros nos jubilan con toda la razón del mundo", dicen en una entrevista con Efe Pepe y Maru, que hoy han recibido en Cádiz el homenaje de la Junta de Andalucía y de la Fundación Márgenes y Vínculos por su trabajo acogiendo a niños y niñas tutelados que, por diferentes circunstancias, han vivido con ellos en su casa de El Puerto de Santa María.

Por primera vez desde hace catorce años José Daniel Luna y María Rita Cardenete, volverán a estar solos en su casa con su único hijo biológico, que ya tiene 36 años.

En este tiempo han acogido a un total de 23 menores tutelados, de forma ininterrumpida hasta ahora que, por edad, se han convertido en las primeras personas de Andalucía que se jubilan como familia acogedora.

"No se cuantos años viviremos, pero esto no se nos olvidará nunca. Lo recomiendo a todo el que pueda, te enriquece un montón", dice Maru.

Cuentan que se convirtieron en familia acogedora casi por casualidad, una de las muchas mañanas que él, marino mercante jubilado, y ella salieron a desayunar a un bar y, en la mesa, encontraron un periódico que publicaba en portada que se necesitaban familias de acogida.

"Yo sabía que había familias que tenían niños de acogida, pero nunca se me ocurrió que lo hiciéramos nosotros", cuenta Maru.

Llamaron al teléfono que marcaba el periódico y en poco tiempo estuvieron listos para embarcarse en una experiencia que ha marcado sus vidas.

"Yo creo que tenía el síndrome del nido vacío. Tenía todo el tiempo del mundo, y espacio. A mí los niños me vuelven loca", dice.

Así fue como en apenas un mes, llegó a su vida Aarón, un niño de apenas dos años que estuvo ocho meses con ellos, hasta que fue adoptado por una familia.

"Lo que no sabíamos era la pena tan grande que se tiene cuando se van, se llevan parte de ti", explica Maru, que cuenta cómo la primera despedida fue "el dolor más grande" y que las siguientes ya "aguantaba las lágrimas".

"Sabes que es así, pero no te acostumbras", añade, mientras explica que la tristeza se mezcla con la alegría de saber que el menor se va bien porque su familia biológica ha arreglado sus problemas o porque ha encontrado una familia de adopción.

A Maru y a su marido la primera experiencia les gustó tanto que quisieron "exprimirla al máximo" y por eso nunca se han tomado un descanso e incluso durante algunos años acogieron a dos pequeños a la vez.

La mayoría han sido bebés. Aunque han tenido también niños y niñas más mayores, hasta de 8 años. "En esos casos es en los que te das cuenta de que de verdad estas ayudando, traen una mochila de sufrimiento que no veas", explica.

La pareja, que mantiene vínculos con quince de los 23 niños y niñas que han acogido en su casa, despidió hace un ves a Daniela, la última pequeña que han acogido antes de jubilarse. "Ahora nos tenemos que acostumbrar a una nueva etapa de nuestra vida", dice resignada.

María Jesús Fernández, directora del programa de acogimiento familiar de la Fundación Márgenes y Vínculos, es testigo de que, como Pepe y Maru, casi todas las personas y familias que participan en estos acogimientos se "enganchan".

"Siempre nos transmiten que los niños y niñas les dan mucho más de lo que ellos dan", explica a Efe mientras cuenta que una de las cosas que más satisfacciones les da y que más "engancha" es ver cómo cambian desde que llegan a su casa con "mucha tristeza en la cara" hasta que "se les empieza a dibujar una sonrisa en el momento que reciben el cariño y los cuidados que no han tenido. Son otros niños".

Asegura que siempre se necesitan familias acogedoras, que pueden optar entre varias opciones, las de urgencia (de un máximo de seis meses), las temporales (por un periodo máximo de dos años) o las permanentes, que evitan que menores que no tienen muchas opciones de adopción o que mantienen el vínculo con su familia biológica, vivan en centro de acogida.

Ser "familia de apoyo", que comparte periodos de vacaciones o fines de semana, es otra de las opciones para gente que, como Pepe y Maru, no tienen miedo a ser, aunque sea de forma temporal, una solución para estos menores.

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