Gema González

El silencio ha recibido esta noche la llegada al puerto de Los Cristianos (Tenerife) del cayuco con los cuerpos de los 24 inmigrantes fallecidos en alta mar. Es un silencio respetuoso, pero también denso, áspero, trágico.

El mar se mece con suavidad, nubes grises se alzan sobre el cielo y la luz comienza a desaparecer en el horizonte. A pocos metros del muelle, la Guardamar Talía, de Salvamento Marítimo, entrega el cayuco a una pequeña lancha con dos tripulantes, y juntas alcanzan la dársena.

Efectivos policiales, bomberos, miembros de Cruz Roja y varias ambulancias aguardan callados. Apenas se oyen unas pocas indicaciones, pero se pierden rápidamente en el viento.

En las orillas del muelle todo está preparado. Una carpa de Cruz Roja se eleva sobre la piedra; un poco más atrás, esperan los furgones del servicio funerario y decenas de policías custodian, inmóviles, el perímetro del puerto.

Aunque quizá, lo que más llame la atención sea un largo contenedor metálico, que impide ver el traslado de los cuerpos en un intento por proteger la intimidad y la dignidad de estas personas.

Según fuentes del Ayuntamiento de Arona, los cadáveres serán trasladados al Instituto de Medicina Legal y el Consistorio se encargará de su entierro cuando lo determine el juez.

Los minutos pasan, pero la imagen sigue siendo la misma. Los cuerpos van entrando poco a poco en la carpa, así lo confirma Cruz Roja, aunque desde fuera no sea posible ver nada.

A lo lejos, la figura de la Guardamar Talía comienza a recortarse sobre el horizonte. Y aunque tampoco sea posible verlo, aún más lejos, la noche comienza a ocultar otra figura: la de un nuevo cayuco, avistado a 13 millas al sur de Tenerife, símbolo del drama humano y del colapso que atraviesan las islas.