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La crisis hispano-marroquí o el precio de un desaire

La pesada y costosa digestión de Sahara por parte de Marruecos ha dejado dormitar, en estos últimos cuarenta años, la reclamaciones sobre Ceuta y Melilla

La crisis hispano-marroquí o el precio de un desaire
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A partir de su independencia, en 1956, e incluso desde antes, Marruecos no ha cesado de reclamar como propios lo que llamaba “territorios expoliados”, que abarcaban una buena parte de Argelia, la totalidad de Mauritania y, por supuesto, el Sahara Occidental, además de Ceuta, Melilla y las islas Chafarinas, en el mar de Alborán. Tras la Constitución de la Organización de la Unión Africana, que reconoció la intangibilidad de las fronteras heredadas de la época colonial, el reino alauita, bajo el trono de Hasan II, se vió obligado a renunciar a las tierras argelinas, que incluían Tinduf y Colom-Bechar, además de reconocer la independencia de Mauritania. Pero jamás renunció ni al Sahara, ni a los llamados “presidios”, es decir, a las dos ciudades españolas del Norte de África, que, por cierto, nunca pertenecieron fueron al Reino de Marruecos.

Vaya por delante este breve recuerdo histórico para situarnos con más precisión en el conflicto saharaui que, de nuevo, ha provocado una crisis en las siempre complejas relaciones hispano-marroquíes. Es obligatorio remontarse a la famosa resolución 1514 de las Naciones Unidas, de diciembre de 1960, sobre la descolonización del Sahara y otros territorios –entre ellos Gibraltar, no se olvide- para entender algo de lo que actualmente ocurre. El pretexto es un supuesto desaire del Gobierno español al de Marruecos, al acoger al líder del Polisario, Brahim Gali, en una clínica de Logroño por “razones humanitarias”, sin haber tenido la delicadeza de informar previamente a nuestro sensible vecino del sur, un gesto que considera obligado como mera lealtad a los acuerdos de amistad que regían las relaciones de ambos países.

En realidad, el Gobierno marroquí ya se consideraba agraviado por las inoportunas declaraciones del entonces vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, recordando la necesidad de convocar un referéndum de autodeterminación en el Sahara, es decir, el cumplimiento de las resoluciones de la ONU sobre el particular. Y aquí entra en juego todo un embrollo jurídico que las Naciones Unidas no han sido capaces de aclarar y en el que han tropezado los diversos enviados especiales que han tratado de mediar en el conflicto, entre ellos el entonces prestigioso James Baker que terminó por arrojar la toalla después de dos años de inútiles gestiones.

Voy a tratar de explicarlo. Cuando la ONU empezó a aplicar su política descolonizadora y emergieron decenas de nuevos países, Hasán II tuvo la astucia de someter al Tribunal Internacional de La Haya el caso del Sahara, en un intento de demostrar, frente a la potencia colonial, es decir, España, que la colonia nunca había sido “terra nullius” sino que mantenía relaciones con los sultanes alauitas, frente al argumento de España de que era tierra de nadie cuando fue ocupada en el siglo XIX. Lo que ocurrió fue que, en parte, el TIJ admitió en su ambigua sentencia, que, en efecto, habían existido de siempre lazos jurídicos entre los sultanes y las tribus saharauis que, periódicamente, le prestaban juramente de fidelidad, no como soberanos sino como “Príncipes de los Creyentes”.

Entramos, pues, en un complicado terreno religioso-jurídico, propio de los países islámicos, pero que no tiene peso especifico alguno en el derecho internacional. El caso es que no le faltó ni un minuto a Hasán II para proclamar que el TIJ le había dado la razón y que, por tanto, admitía la soberanía de Marruecos sobre la colonia española.

Como ni la ONU ni España interpretaron así la sentencia, en la que expresamente se reconocía el derecho a la autodeterminación de los saharauis, Hasan II se inventó la “Marcha Verde” en noviembre de 1975 para ocupar pacíficamente el Sahara. Movilizó a 300.000 marroquíes que llegaron hasta la frontera sahariana enarbolando banderas marroquíes, entre las, qué, curiosidad, figuraba la de barra y estrellas de Estados Unidos…

A los pocos días, moría Franco y, en medio del consiguiente caos político, se firmaron los famosos Acuerdos de Madrid por los que España cedía a Marruecos la administración del territorio, mientras una parte de los habitantes indigenas de la colonia, que ya se habían alzado contra España, se refugiaba en el cercano oasis de Tinduf, en territorio argelino, para iniciar la guerra contra Marruecos y forzar la aplicación de lo dispuesto por la ONU. Lo que hizo Marruecos, además de ganar la guerra al Polisario, fue anexionarse el territorio, al que añadiría, cinco años después, la parte administrada por Mauritania.

La pesada y costosa digestión de Sahara por parte de Marruecos ha dejado dormitar, en estos últimos cuarenta años, la reclamaciones sobre Ceuta y Melilla, a pesar de las muchas fricciones que han surgido a causa de la pesca y de las migraciones ilegales. No obstante, lo que menos se esperaba en Rabat es que un vicepresidente del Gobierno español recordase el referéndum de autodeterminación que Marruecos tiene ya olvidado por la imposibilidad jurídica de realizarlo a falta de un censo fiable, después del que realizó España en 1974, y de la propuesta de Mohamed VI de conceder a cambio una amplia autonomía a las diversas provincias del Reino.

Sin entrar en la consideración de otros factores de peso en el conflicto saharaui, como son las envenenadas relaciones entre Marruecos y Argelia por causas territoriales y el deseo de este país de tener acceso al Atlántico con un Gobierno del Polisario instalado en el Sahara, doy paso rápido al que ahora nos urge, y más nos importa: la invasión de Ceuta por millares de marroquíes, en un remedo de la ya lejana “Marcha Verde”. Aquí entra en juego la lamentable y deformada visión de futuro del actual Gobierno español que, pese a su avezada diplomacia, no ha sabido tener en cuenta la importancia de mantener y profundizar el buen clima de las relaciones con Marruecos.

La tradición diplomática exigía que el presidente Sánchez hubiera realizado su primera visita oficial al Rey alauita, y no lo hizo. Los acuerdos de amistad y cooperación también exigían el máximo cuidado en el tratamiento de los asuntos sensibles y el Sahara es, para Marruecos, el primero de ellos, mucho más desde que Donald Trump reconociera oficialmente la soberanía marroquí sobre el Sahara, sin consultar a España. El Gobierno de Sánchez ha preferido ignorar a nuestro delicado vecino del sur, de donde proceden todas las tensiones vecinales que tenemos desde hace décadas. Cabe preguntarse por qué se aplazó sine die el previsto encuentro de alto nivel entre los dos países el pasado año. Y por qué se ha dejado entrar a España, con pasaporte falso y de manera oculta, a un enemigo de Marruecos que, por demás, está investigado en nuestro país por presuntos crímenes de guerra.

Por dos veces el Gobierno marroquí ha advertido al español, en los últimos quince días, de que “tomaba nota” de su descortesía diplomática y de que no se daba por satisfecho con la alegación de que se había acogido al líder saharaui por razones humanitarias. Es decir, a falta de unas disculpas mejor argumentadas, la crisis actual se veía llegar, aunque su magnitud haya sorprendido a todo el mundo.

Ahora toda la tensión se ha desviado hacia Ceuta y Melilla. Dejar pasar a miles de inmigrantes ilegales marroquíes, es tan solo el aperitivo de lo que cabe esperar aún. ¿Cómo piensa Sánchez restablecer las relaciones de buena vecindad con Marruecos, de las que depende no solo la contención de la corrientes migratorias sino la colaboración en materia antiterrorista? Es obvio que el problema suscitado no se resuelve con antidisturbios y el envío de la Legión a la frontera Lo mismo que no admite discusión la defensa de la soberanía española sobre las dos plazas norteafricanas que, recuérdese, no figuran en la lista de territorios a descolonizar. Pero lo que se demuele en unos minutos de soberbia suele costar mucho tiempo en reconstruirse.

En última instancia, será la Unión Europea, que mantiene acuerdos privilegiados con el Reino alauita pese a las desavenencias marroquíes con Alemania, la que intervenga ahora al ver amenazada su seguridad. Pero entre el Gobierno de Sánchez y el de Saaddedin el Otmani se ha abierto un foso de aguas turbulentas que tardará en cegarse, en detrimento de los emprendedores españoles y marroquíes, que, en los últimos años, han elevado a su cota máxima los intercambios comerciales y la implantación de empresas al otro lado del Estrecho. Sin embargo, la crisis abierta debería servir para que algunos hayan aprendido la lección de que no se puede romper el “abc” de la diplomacia –el conocimiento de la parte contraria- sin esperar consecuencias. Y a Sánchez le ha faltado conocer la sensibilidad de nuestro vecino cuando se le toca le herida aún abierta del Sahara.


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