El primer Papa latinoamericano de la historia visita el martes el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa. Será el viaje papal al extranjero más corto de la historia, menos de 4 horas, pero la expectativa generada por los dos discursos del Pontífice en Estrasburgo es máxima. Que Francisco visite una de las instituciones centrales de la UE antes que ninguno de sus Estados miembros traslada un renovado mensaje de apoyo de la Iglesia al proyecto de integración europea, hoy amenazado por diversos movimientos nacionalistas y populistas. Este año se conmemora además el centenario de la Primera Guerra Mundial, los 75 años del comienzo de la Segunda y los 25 de la caída del Muro, lo cual brinda una magnífica ocasión para reflexionar sobre el período de paz y prosperidad sin precedentes que ha disfrutado Europa desde el Plan Schumann. Pero el Papa seguramente recordará a los europeos que no pueden cerrar los ojos a los problemas del resto del mundo. Europa se ha convertido en tierra hostil para los inmigrantes y los refugiados, y la crisis de los últimos años ha recaído especialmente sobre la población más vulnerable. Esta situación interpela de forma especial a los cristianos, llamados a ser profetas de esperanza en medio de las dificultades económicas, pero también en unas sociedades dominadas por las ideologías del consumismo y el materialismo, que han provocado un invierno demográfico sin precedentes. Esa alegría de la fe, a la que el Papa dedicó su documento programático, es hoy una urgente necesidad en una Europa que parece haber perdido siquiera las ganas de vivir.