Con los resultados electorales en la mano, Estados Unidos se enfrenta a un país dividido. Trump ha conectado durante la campaña con el malestar de la clase trabajadora blanca, con los indignados norteamericanos y con los partidarios de romper con el establishment. El empresario representa lo contrario a lo políticamente correcto. Trump es la América profunda. El lenguaje duro del showman, sus mensajes machistas y racistas y su llamada a la unidad de los americanos han contribuido a todo lo contrario. A dibujar un país dividido. Cerrar las fronteras a los musulmanes y expulsar a los inmigrantes irregulares, provoca apoyos de un buen número de republicanos. El grupo demográfico específico en que Trump obtiene su mayor apoyo es de republicanos que no han llegado más allá de la educación secundaria tanto en el noreste (New Hampshire) y el Sur (Mississippi). Blanco, con escasos estudios y con bajo salario es el perfil tipo. Trump quiere reforzar el papel del Estado para proteger a los americanos. Es contrario a determinados acuerdos de libre comercio. Hillary conserva parte del voto demócrata y se impone entre las mujeres, los latinos y los ciudadanos negros. Su electorado tiene mayor nivel adquisitivo que el de Trump, tiene mayor nivel de estudios y vive en grandes ciudades. Son propietarios de vivienda, están casados y con hijos. Han sufrido en menor medida la crisis. Mientras Hillary representa el sistema y se muestra como heredera del legado de Obama, Trump apuesta por una ruptura con el pasado. Mientras que una parte de la población se ha visto beneficiado por una recuperación temprana y por un crecimiento económico de un 2%, la otra sufre las consecuencias de unos salarios estancados con los que es imposible acceder a la Sanidad.