La aceleración de la historia que vivimos ha introducido en nuestras sociedades un espíritu de impaciencia por ver de manera inmediata los resultados de cuantas  iniciativas se emprenden. Así ocurre con la histórica visita a Cuba del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, casi un año después de la reanudación de unas relaciones diplomáticas, rotas durante más de cincuenta años. La visita, de momento, ha mostrado que la dictadura no ha cambiado en su ideología, cerrada a toda apertura a las libertades. Sin embargo, el hecho de que Obama haya podido sentarse con un grupo de disidentes y pronunciar en el Gran Teatro de La Habana un discurso televisado a toda la isla, supone un inusitado impulso a la esperanza de que ahora sí es posible un cambio, aunque tarde en llegar.Obama ha transmitido a los cubanos su confianza en la capacidad que tienen de decidir un futuro “que debe estar en sus manos”. Las palabras del Presidente norteamericano, que introdujo diversas frases de aliento en español, en especial las que se refieren al perdón y la reconciliación, eran las obligadas ante el comienzo de una nueva etapa que ha sido posible gracias a la mediación activa y discreta de la Iglesia, y la personal del Papa Francisco. La transformación debe proseguir ahora con el levantamiento del embargo comercial a Cuba, que no depende de Obama sino del Congreso estadounidense, y con la introducción del acceso a Internet en la isla, que será un impulso eficaz hacia el debate en libertad.