La victoria del autonomismo, aliado al nacionalismo moderado, en las elecciones celebradas el pasado domingo en la isla francesa de Córcega, obliga al Gobierno de Macron a afrontar una nueva realidad en la política regional. Todavía queda una segunda vuelta pero no existe duda alguna de que las listas lideradas por el veterano autonomista Gilles Simeoni, serán las que formen gobierno en la isla donde nació Napoleón. Aunque la formación de Macron han sido ampliamente derrotada, los partidos minoritarios que propugnan el separatismo han quedado relegados a los últimos lugares.

Lo que vienen reivindicando los ganadores de la consulta, que ya gobiernan desde hace dos años, es una mayor autonomía que supere las subvenciones con las cuales viene funcionando precariamente la isla. Córcega va a adquirir una mayor importancia en la política regional francesa, dentro de la unidad nacional que solo rechazan los derrotados separatistas. Ninguna semejanza con el problema planteado en nuestro país por el separatismo catalán, que no ha dudado en burlar la Constitución con todo tipo de engaños. Los corsos son conscientes de que fuera de la unión nacional no hay futuro, y que siempre formarán parte de un Estado que no admite disgregaciones territoriales, rechazadas también por las instituciones europeas. Lo ocurrido en Córcega, en todo caso, viene a subrayar la visión histórica de los constituyentes españoles cuando elevaron a la ley máxima el Estado de las autonomías, en el marco de la unidad nacional.