Los resultados de las elecciones francesas se parecen a una ducha escocesa. El agua caliente es la victoria de Macron, que se hace con el 23,7 por ciento de los votos. Hay un candidato que puede ser sólido para hacer frente a Le Pen en la segunda vuelta. Los líderes de la derecha y de la izquierda tradicional, Fillon y Hamon, ya han pedido el voto para él dentro de quince días. Salvo que se tuerzan mucho las cosas habrá un presidente francés favorable a la Unión Europea.

Pero el agua fría de esta ducha es abundante. Le Pen ha conseguido el segundo puesto con el 22 por ciento de los votos y un estupendo resultado en el mundo rural. Y eso, a pesar de que tenía a todo el mundo político y mediático en contra. Le Pen, con Melénchon, el candidato de ultraizquierda, también contrario a la Unión Europea, suman casi el 40 por ciento de los votos. El malestar es tan intenso que casi la mitad de los votantes optan por formaciones radicales. La izquierda y la derecha clásica, republicanos y socialistas, no van a estar en la segunda vuelta. Macron no tiene partido y puede verse muy debilitado en las legislativas.

Francia es un paradigma de lo que sucede en Europa: el populismo se extiende, las reformas no acometidas a tiempo provocan melancolía política, la falta de pedagogía y de liderazgo se vuelven contra la Unión. Los modelos de integración han fracasado y los valores de la república se han quedado vacíos. Hace falta mucho más que una victoria escasa del europeísmo.