Laura Blanco

La RAE define parir, además de como "expeler a tiempo el feto concebido", como "producir", "expresar acertada y claramente lo que se piensa" y "hacer salir a luz o al público lo que estaba oculto o ignorado", y todo eso se puede aplicar a lo hecho hoy por Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz.

La bailaora malagueña y la cantante catalana han concebido sobre las tablas del Teatro Maestranza de Sevilla un espectáculo, "Grito Pelao", cuya programación en el marco de la XX Bienal de Flamenco puede resultar más o menos cuestionable pero que independientemente de que lo jondo esté poco presente, no se puede negar que llega y emociona, sobre todo al público femenino.

Molina, embarazada de siete meses tras un tratamiento de reproducción asistida para ser madre soltera (todo ello lo relata ella misma durante el montaje), ha ideado junto a Pérez Cruz un canto a la maternidad, natural y sin contracciones en el sentido de que se da rienda suelta a los sentimientos que conlleva sentir una vida dentro, imaginarla, temer por ella y finalmente verla salir.

De la capacidad de llegar a las emociones que ambas mujeres -acompañadas por la madre de Rocío Molina, Lola que en sus tiempos también bailó- dan cuenta los comentarios del público al salir (mujeres que reconocen haber llorado durante el espectáculo) y los latidos del corazón que casi al final del espectáculo el público puede escuchar tanto de la criatura que la bailaora lleva dentro como los suyos propios.

Por no hablar del sufrimiento que para más de un espectador supone ver a Molina con su barriga zapatear, dar vueltas y hasta revolcarse por el suelo o coger a su madre con 27 semanas de gestación nada más y nada menos.

Uno de los momentos más emocionantes es la pieza que da título al espectáculo, "Grito Pelao", que comienza cantando Pérez Cruz acompañada sólo de su guitarra y termina con un abrazo entre ambas que acaban enredadas y rodando por el suelo en perfecta simbiosis tras el baile que se marca Molina al son de la prodigiosa voz de la catalana.

Una voz que se convierte en un instrumento más, ya que de hecho en cada tema apenas se hace acompañar por un instrumento, sea la guitarra de Eduardo Trasierra o el violín de Carlos Monfort, cuando no canta "a capella", porque posee Silvia Pérez Cruz unas cuerdas vocales que no necesitan artificio.

La pega que puede ponerse es que apenas se atreve con el flamenco y se lleva siempre el cante a su terreno, con lo que los mejores momentos del baile de Molina no son al compás de su voz sino al que le marca José Manuel Ramos "Oruco" a las palmas o los músicos.

Bailes que la malagueña hace de pie, sentada en una silla y hasta detrás de su madre en cuclillas, con quien a lo largo del espectáculo mantiene varios diálogos sobre su nacimiento, la elección de su nombre y su infancia.

Molina baila con su madre, pero también con su futura hija, cuya ecografía se proyecta en la pantalla en algún momento mientras la bailaora le marca el compás chasqueando los dedos cerca de la barriga.

Y como el final de todo embarazo, "Grito Pelao" termina con el momento del nacimiento, con la bailaora desnuda como su madre la trajo al mundo para convertirse ella misma en madre metida en un estanque de agua pues no en vano nacer supone pasar del líquido elemento a lo aéreo.

Una nana recibe a la pequeña que nacerá en un par de meses (si el baile de su madre no hace que le entre prisa por salir), privilegiada de escuchar tan cerca la voz de Silvia Pérez Cruz cantándole a la barriga de su progenitora "Tu madre te baila y te baila, quién le bailará a tu madre".

"Grito Pelao", que puso esta noche en pie al público que llenó el Maestranza, es el único espectáculo de la Bienal con dos sesiones (mañana será la segunda) y las entradas agotadas para ambas.