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NACHO VEGAS

Un Nacho Vegas íntimo y activista muestra su mejor versión en Zaragoza

Marcos Díaz

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 03:53

Marcos Díaz

A caballo entre su faceta más íntima y su parte más política, Nacho Vegas ejecutó con mimo este sábado en Zaragoza un concierto en el que supo equilibrar sus dos caras más representativas; una gran versión del asturiano que le valió para dejar, a buen seguro, un grato recuerdo de la noche al aproximadamente medio millar de personas que acudieron a la sala Oasis.

Unas dos horas duró el recital de Nacho Vegas en la capital aragonesa, un tiempo que le valió para ejecutar 17 temas entre canciones de su nuevo disco, Mundos Inmóviles Derrumbándose, y algunos de los cortes más celebrados de su repertorio.

Comenzó puntual y de la misma forma que arranca su último LP, con Belart, lo que supuso un inicio tranquilo en el que dio paso a Detener el tiempo, de El Manifiesto Desastre, y, de nuevo, a una de sus últimas canciones, La séptima ola.

En estos primeros compases, el músico todavía no se desprendía del todo de cierta quietud en las tablas, nada negativo, en cualquier caso, para un artista que sabe transmitir perfectamente sin necesidad de alardes.

Todo ello, acompañado de una banda de lujo que supo en todo momento amoldarse a los tempos que marcaba su voz, una grata combinación que el público valoró con calidez desde el principio. Ejemplo de ello fue Ser árbol, que empezó solo con el vocalista amarrado a su guitarra y con la que recibió la primera ovación clara de la noche.

Siguió con Muerrel branu, tema en asturiano de su nuevo largo que le sirvió para lanzar un alegato en favor de las lenguas minoritarias, entre las que incluyó el aragonés, que no se hablan por culpa de la puta política institucional, clamó desde el escenario.

Tras este primer amago contestatario llegó una de las canciones más bellas de su nuevo disco y, probablemente, de todo su repertorio, El don de la ternura, con la que se empezó a alejar del pie de micro y a moverse por las tablas. No solo él lo hizo, también los asistentes comenzaron a mecerse al pausado compás, embelesados por su característica melodía.

Continuó con Hablando de Marlén y con una versión pausada de Que te vaya bien, miss carrusel, antesala de Ciudad vampira, tema que despertó por completo a un público que gritó al unísono ese consistente matar vampiros de la letra.

Tras Lo que comen las brujas regresó a las canciones de su nuevo álbum con Ramón In y El mundo en contra ti, antesala de, probablemente, el hit más reconocible de este trabajo, Big Crunch, esa canción, panfleto, bomba que, ahora ya sin marcha atrás, puso a corear a todo el público.

Con ella volvió el Nacho Vegas más político, que dedicó la canción a los Seis de Zaragoza, un grupo de jóvenes condenados por los disturbios acaecidos en 2019 tras un mitin de Vox en la capital aragonesa, con penas que en algunos casos llegan a los siete años de cárcel.

Siete años de cárcel por ser antifascista, que es lo único que se puede ser en esta vida; por manifestarse contra esa puta mierda que es el fascismo, lamentó entre aplausos el cantante desde el escenario, donde lució toda la noche una camiseta reivindicativa en favor de la absolución de este grupo.

Llegados a este punto, Nacho Vegas presentó a los músicos que lo acompañan, el guitarrista Joseba Irazoki, Juilanne Heinemann a los coros y la guitarra, el bajista Hans Laguna, el batería Manu Molina y Ferrán Resines en los teclados.

Con Big crunch cerró el cupo de sus nuevas canciones, para centrarse desde ese momento en clásicos de su repertorio; La gran broma final antecedió a la que fue, probablemente, la canción más celebrada de todo el concierto, La pena o la nada, de su álbum con Enrique Bunbury El Tiempo de las Cerezas.

Quizá fuera que el concierto ganó en intensidad conforme avanzó o, quizá, el influjo del cierzo, lo cierto es que el cantante se convirtió en un verdadero maestro de ceremonias, muy lejos de la quietud que en ocasiones le caracteriza, sabiendo dirigir desde el escenario a una audiencia que se desgañitaba a cantar una canción que recibió una ovación total.

Llegó tras ello la pausa de rigor antes de los bises, para los que eligió El ángel Simón y, probablemente, el clásico más conocido del de Gijón, El hombre que casi conoció a Michi Panero.

Fue un final que no deslució en absoluto el resto del concierto, con Nacho Vegas megáfono en mano gritando los últimos versos del tema e, incluso, tirándose un vaso de agua por encima.

Con un hasta siempre, en lugar del hasta nunca que cierra la canción, se despidió del público zaragozano, que le dedicó un largo aplauso a él y a su banda mientras sonaba la música de Violeta Parra. EFE

mds/plv

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