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"Los santos inocentes", la "película de catetos" que se convirtió en clásico

Una novela descarnada sobre la España rural y profunda de los 60, un elenco de actores en estado de gracia y un tándem productor-director empeñados en sacar adelante lo que para muchos era sólo "una película de catetos" resumen el éxito de "Los santos inocentes", el filme más aclamado de Mario Camus.

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 13:52

Una novela descarnada sobre la España rural y profunda de los 60, un elenco de actores en estado de gracia y un tándem productor-director empeñados en sacar adelante lo que para muchos era sólo "una película de catetos" resumen el éxito de "Los santos inocentes", el filme más aclamado de Mario Camus.

Alfredo Landa y Terele Pávez eran Paco y Régula, un matrimonio de campesinos y Paco Rabal el cuñado retrasado, Azarías, quienes sufrían con resignación las humillaciones a las que les sometía el "señorito" de la finca, un altivo e insensible Iván, encarnado en Juan Diego.

"Los santos inocentes" se estrenó un 4 abril de 1984. Ni siquiera Camus, que venía de triunfar con la adaptación de "La colmena" y de la serie "Fortunata y Jacinta", ni tampoco el productor, Julián Mateos, esperaban el éxito que tuvo, pese a que estaban convencidos de que era "una película formidable", según recordaba el director a Efe en una entrevista con motivo del 30 aniversario de su estreno.

No solo aguantó casi un año y medio en cartel y batió récords de recaudación -casi 500 millones de pesetas de la época-, sino que también sedujo ese año al jurado del Festival de Cannes, donde se llevó una mención especial y el premio compartido al mejor actor para Paco Rabal y Alfredo Landa.

"La película fue un bombazo, todo el mundo nos felicitaba", recordaba Camus entonces, "pero yo lo que quería era irme. Siempre me molestó mucho estar bajo la atención de todo el mundo y tener que decir cosas inteligentes y más con los franceses".

El director cántabro veía "grotesco" presumir de dirigir una película, ya que lo consideraba un trabajo de equipo y le impresionaba especialmente lo que hacían sus actores.

"A mí siempre me dejan alucinado. Ese vigor que tienen cuando les dan un papel bueno, como si estuviesen justificando una vida entera. Todavía hoy veo la película y digo '¡qué barbaridad!'. Me impresionan mucho los actores, siempre me han impresionado", decía.

Un Rabal, que ya era casi leyenda gracias a Luis Buñuel, cuando se entregó a ese tonto de Azarías que adiestraba pájaros y se meaba en las manos para que no se le agrietaran, o un Landa que con su mansedumbre patética aprovechó la ocasión para bordar el papel de su vida.

En el caso de Juan Diego, Camus contaba que lo eligió por intuición, pensaba que podía tener ese registro déspota y sobre Terele Pávez recordaba que cuando la contrataron algunos le advirtieron de que podría tener problemas con ella porque no se aprendiera el papel, pero él insiste en que fue un gran regalo tenerla.

El rodaje transcurrió con fluidez, pese a las limitaciones presupuestarias -Camus llegó a avalar la producción con su casa-. El director también era consciente de que la película se hizo en el momento adecuado "en que un partido en el poder (PSOE) necesitaba tener sus maneras y esta película les vino muy bien".

Y por supuesto, la naturaleza, y esa "milana bonita" a la que se dirigía Azarías y que se convirtió en un mantra.

Cuando le preguntaban por la vigencia del filme, Camus aseguraba que aunque el contexto y los protagonistas han cambiado, la extorsión sigue ahí.

"Esa misma subordinación, humillación, sometimiento, los tenemos nosotros hoy. No hay gobierno, sino una serie de corporaciones. Y lo que defienden es el dominio del capital frente a todo Cristo (...). Es como una maldición. Sobrevivimos y convivimos con esas monstruosidades, pero, si lo piensas un poco, te quedas asustado".

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