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El jazz engañosamente fácil de Stanley Clarke

Javier Collantes

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 01:21

Javier Collantes

Cuando se juntan cinco virtuosos en un escenario no para competir, sino para complementarse lo complicado se vuelve engañosamente fácil. Stanley Clarke ha logrado en Córdoba una comunión con el publico como hace mucho tiempo que un artista de los considerados "duros" no lo hacía.

¿Se trata de jazz? Sí, no, a veces. Es más música viva, de ésa que casi se compone sobre un escenario. El caso es que artistas y público han salido del Gran Teatro de Córdoba satisfechos, unos y otros, con lo conseguido.

Porque en esta noche, por paradójico que parezca, el bajo en un Festival de la Guitarra como el de la capital cordobesa ha desplazado por completo a las seis cuerdas... Y nadie las ha echado de menos.

Probablemente, junto al de la danesa Ida Nielsen, haya sido de esos conciertos que den que hablar dentro del Festival cordobés durante varios años y que ya baja el telón hasta el próximo año en el que cumplirá su 40 edición.

Y si hay que destacar a alguien, al margen del maestro del bajo, ésos son, quizá, Evan Garr al violín, y un jovencísimo Shariq Tucker, a la batería, hasta el punto de que, sin obviar su particular estilo, bien recuerda a la locura de los malogrados Keith Moon y Ginger Baker, mezclados en una sola persona. Y eso es mucho decir.

Clarke no es de este mundo. Tiene veinte dedos en cada mano y los agita con tal agilidad que se pierden de la vista por mucho que uno se fije. Es arpista, bajista y hasta toca el chelo con una cuerda, y además de eso no da pie a errores de ningún tipo.

Hasta el punto de que cada 20 notas rectifica el sonido. Un maniático perfeccionista de los que quedan pocos y a los que se agradece que todavía gire por los escenarios de todo el mundo y haya podido encandilar al público de Córdoba.

El del Festival de la Guitarra es el último concierto de una larguísima gira y de Córdoba salen cada uno de los artistas de la banda con capacidad para liderar sus propios conjuntos, encantados con la respuesta de un público entregado desde que el mago movió en el primer tema sus dedos como arañas sobre el primer bajo eléctrico con el que apareció sobre el escenario.

Y el bis final inolvidable. Con las luces encendidas, obligando a los parroquianos a levantarse de los asientos y haciéndolos corear la canción. Hasta el maestro Leo Brouwer, en primera fila, parecía extasiado.

Un concierto sencillamente glorioso para cerrar un Festival de la Guitarra de Córdoba que se ha mostrado con un nivel medio francamente alto y que se despide de la "cuna" de la guitarra con el "bienvenidos" de Miguel Ríos que resonaba al otro lado del río en el Teatro de la Axerquía.

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