La toma de la ciudad siria de Raqqa por las fuerzas sirias ha dejado prácticamente sin tierra al llamado “Estado Islámico”, que ya perdió hace tres meses su fortín de Mosul, en territorio iraquí. Puede decirse que el yihadismo se ha quedado sin territorio, pero eso no significa que haya sido definitivamente derrotado sino que volverá a su origen de bandas diseminadas con capacidad para ejercer el terror en cualquier parte.

Pensando en el futuro, se está planteando la posibilidad de una amnistía que permita a los que se rindan integrarse en diversas tribus de tendencia sunnita. Un problema mucho más complejo es el que plantean los yihadistas de origen europeo que han sido capturados por las fuerzas que integran la coalición internacional. Las Fuerzas Democráticas Sirias, mayoritariamente compuestas por kurdos, así como decenas de tribus y milicias hostiles al Estado Islámico, han contado con el apoyo decisivo de las fuerzas aéreas norteamericanas, en ocasiones también de las rusas. Queda por delante la integración de elementos muy diversos en un nuevo escenario de estabilidad que resulta imprescindible pero incierto, tanto en Siria como en Irak.

A este problema se añade la gran tarea de reconstrucción de las ciudades liberadas, que han quedado casi por completo destruidas, sin posibilidad de que puedan regresar los cientos de miles de refugiados que han huido o que todavía siguen en Siria. La cooperación internacional será indispensable para resolver este doble drama.