Algunos datos macroeconómicos conocidos en los últimos días nos permiten seguir siendo optimistas. El PIB puede terminar el año con una tasa de crecimiento cercana al 3 por ciento. Si todo va bien, podemos acabar 2019 con 20 millones de ocupados, lo que significa que 12 años después de la crisis podríamos volver casi a recuperar el nivel de empleo de antes de la recesión.

Las rentas que obtienen las empresas ya están por encima de las que se obtenían en 2008. Y la deuda privada, especialmente la de las familias, se ha reducido de forma considerable: el endeudamiento de las familias se ha reducido casi un 20 por ciento en los últimos diez años, lo que permite que la vida familiar sea más desahogada.

Pero todas estas cifras tienen su reverso. Como señalan los organismos internacionales, el crecimiento se basa en un modelo de salarios bajos y en una dualidad del mercado laboral que afecta sobre todo a los más jóvenes. Para muchos de ellos resulta muy difícil plantearse proyectos de futuro. Las empresas reparten más dividendo que antes de la crisis y han reducido su deuda, pero dedican menos a salarios. El modelo de salarios bajos no es un buen modelo para el futuro. Es necesario mejorar la productividad, apostar por la innovación y por la educación, nuestra gran asignatura pendiente, especialmente la formación profesional.