Los líderes del proceso independentista se auto-convencieron de que estaban protegidos por una suerte de impunidad. El auto de procesamiento del magistrado Llarena y la detención este domingo de Puigdemont han roto esa falsa imagen. El hecho de que Puigdemont hubiera huido a Bélgica había provocado una situación especialmente anómala. La falta de colaboración de ese país y su inadmisible interpretación de los convenios que regulan la euroorden han provocado que se haya convertido en refugio para presuntos responsables de algunos delitos. Es poco aceptable que en un entorno como el de la Unión Europa se produzca a estas alturas una falta de colaboración con la justicia de un país miembro, como la que lleva a cabo Bélgica.

La falsa sensación de impunidad llevó a Puigdemont a viajar hasta Finlandia, país en el que le sorprendió la reactivación de la eurorden que pesaba sobre él. Su huida en ferry y en coche entraría dentro de lo cómico si no hubiese sido el enésimo desafío al Estado de Derecho. Su detención en Alemania devuelve la situación a la normalidad. Ahora la justicia seguirá su curso. A partir de este momento el independentismo, descabezado y sin una plataforma exterior, tendrá mucho más difícil continuar con su propósito. Esperemos que se imponga la sensatez y se forme en Cataluña un gobierno dispuesto a trabajar por el bien común dentro del marco constitucional.