Salió muy distraído el primero de El Montecillo. Sin fijeza a los capotes ni al caballo. Costó que entrara en jurisdicción del caballo y cuando lo hizo, manseó de lo lindo. Jesús Enrique Colombo mostró un gran aplomo durante toda la faena. El venezolano supo construir un trasteo de intensidad creciente sustentado en el temple y el oficio. Llevó muy toreado al novillo, que pese a su justeza de raza, siguió con docilidad la muleta de Colombo. Se tiró con todo el joven novillero detrás de la espada en el primer intento. Salió rebotado en el pinchazo. No falló en el segundo envite. Tremendo el puñetazo con el que tumbó al novillo.

El cuarto fue el novillo más exigente del sexteto. Embistió con brío al capote, empujó con riñones en la primera vara y después sacó pies en banderillas. Colombo ofreció un derrocho de facultades y conocimiento de los terrenos para cuajar un tercio de facultades y exposición en el que destacó un segundo de dentro a afuera. La faena navegó entre la movilidad del novillo y la firmeza del novillero. Hubo más acoplamiento en la primera parte de la obra del venezolano. Después el novillo redujo velocidades y al natural no hubo el mismo entendimiento. Un final por manoletinas retomó la intensidad inicial. Volvió a volcarse sobre el morillo dejando una estocada trasera y un pitonazo en la rodilla que tuvo que doler. La petición estuvo al límite de ser mayoritaria aunque el palco no consideró que lo fuese. La vuelta recompensó lo realizado.

De trapío más medido resultó el segundo del festejo, un novillo que se movió siempre sin ninguna clase. Una movilidad que intentó conducir con temple y mando Pablo Aguado. El sevillano volvía a Madrid después del tremendo porrazo en la novillada inaugural que le propinó un utrero de Fuente Ymbro. Pablo puso disposición y firmeza de plantas. Pero quien no puso interés en embestir por derecho fue el ejemplar de Paco Medina. Siempre metiéndose por dentro y protestando cuando se le obligaba por abajo, el novillero sevillano no pudo levantar una faena estructurada.

Tuvo hechuras de toro el quinto. Un ejemplar que se empleó en varas y al que Aguado hilvanó un gran quite por chicuelinas. Con sabor, limpieza y naturalidad manejó el capote. El novillo apuntó ya buen son, especialmente por el pitón derecho. En el inicio de faena llegó una colada por dentro. Sólo eso, el susto. A derechas llegaron un par de tandas de muy buen aire. Especialmente una de relajada planta y temple líquido. El novillo empezó después a orientarse por el pitón izquierdo. Todo se descompuso un tanto. También cuando el novillero buscó más la estética que el mando. La estocada, arriba, sin un pero.

El burraco que salió como primero del lote de Rafael Serna fue otro animal que tuvo más movilidad que entrega y calidad en sus embestidas. El sevillano tardó en hacerse con el novillo de El Montecillo con el capote. Tampoco humilló el novillo en el último tercio. Faena solvente del sevillano que lo pasaportó sin excesivo brillo.

El sexto fue otro novillo desabrido y sin raza con el que Serna mostró su verdor. No sin alguna fatiguita abrevió y lo liquidó.

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FICHA DEL FESTEJO 

Madrid, lunes 22 de mayo de 2017. 12ª de Feria. Dos tercios de plaza.

Novillos de El Montecillo, bien presentados y de desiguales hechuras. Conjunto con más movilidad que entrega. Destacó la encastada exigencia del cuarto y la clase del quinto por el pitón derecho. Manejable el primero.

Jesús Enrique Colombo, saludos y vuelta.

Pablo Aguado, silencio y saludos.

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Rafael Serna, silencio y silencio.