El pasado 3 de mayo los ciudadanos del archipiélago hawaiano contuvieron la respiración. El volcán Kilauea, situado en el sureste de la isla, entró en erupción pocos días después de que se registrara un terremoto de cinco grados en la zona.

Dos semanas después de que el volcán despertara, los expertos siguen muy de cerca la evolución y el avance de esta erupción, que ha provocado ya la evacuación de más de 1.700 personas.

Este lunes el volcán continuaba en plena fase eruptiva, catalogada por los investigadores como ‘alerta roja’. El catedrático de geografía de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina, ha explicado en ‘La Linterna’ que, aunque el Kilauea esté a miles de kilómetros de distancia de España, su erupción puede influir en el clima que reinará durante los próximos meses en Europa Occidental.

“Este volcán tiene erupciones muy lentas. En los años 60 y 70 hay registradas erupciones de más de un año de duración”. El experto ha añadido que el Kilauea está en una fase “en la que ya emite polvo volcánico y cenizas a la atmósfera. Si continuara con estas emisiones masivas de polvo volcánico podría volver a provocar un calentamiento sobre el Polo Norte y acabar siendo este un verano fresco, por lo menos no caluroso”.

Y es que a lo largo de los años, las características del clima han estado muy unidas a las erupciones volcánicas. El director de la revista QUO, Jorge Alcalde, ha recordado en ‘La Linterna’ de Juan Pablo Colmenarejo el caso del volcán Krakatoa, una isla al este de Java, que se activó en el año 1883. Las consecuencias de la serie de erupciones que se fueron sucediendo desde mayo hasta agosto fueron fatídicas: provocó la desaparición de gran parte de la isla y la muerte de todos sus habitantes. Además “generó en todo el planeta modificaciones meteorológicas muy importantes. Las crónicas de la época hablaban, exageradamente, de meses enteros sin amaneceres”.