Continuamente advierte el Papa de que «no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época». Son tiempos fascinantes pero llenos de incertidumbres. La fragmentación política en España es un síntoma más de un fenómeno que, a nivel mundial, se traduce de diversas maneras: por ejemplo en el auge de los populismos, desde el norteamericano Donald Trump a Marine Le Pen en Francia, o Erdogan y Putin en Turquía y Rusia, que recuerdan que la democracia liberal no necesariamente es una conquista garantizada. Otras seguridades que dábamos por supuestas se tambalean. Con el Brexit comprobamos que la UE no es irreversible, de igual modo que la invasión de Crimea o el referéndum escocés cuestionan el dogma de la inmutabilidad de las fronteras en la Europa que emergió de la guerra fría. La amenaza de división pende también en el interior de nuestras sociedades, necesitadas de unos valores comunes para mantener la cohesión. Todo eso es motivo de preocupación, pero sobre todo un llamamiento a la responsabilidad. El futuro no está escrito ni en un sentido ni en otro. Dependerá de nuestras decisiones hoy. De ahí la importancia de salir al encuentro del otro, de buscar lo que nos une, con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales como referente común. Vendrán revoluciones económicas y tecnológicas que cambiarán nuestro estilo de vida, no faltarán convulsiones sociales y políticas como la crisis de los refugiados, y necesitaremos tener muy claras una serie de convicciones elementales para hacer frente con éxito a los nuevos retos.