Los brasileños eligieron el domingo a cinco mil alcaldes. Los resultados son francamente malos para el Partido de los Trabajadores. Lula da Silva y Dilma Rousseff, los nombres míticos de esta fuerza política que en los últimos años prometió a los brasileños una transformación en profundidad, son los grandes derrotados. Brasil sufre una grave crisis política. La corrupción relacionada con la empresa estatal Petrobras se ha llevado por delante a Dilma Rousseff, que ha pagado en propia carne los desmanes de sus predecesores. La derrota del PT es aplastante. Brasil se suma, de este modo, a una corriente política marcada por la crisis de los partidos tradicionales y el ascenso de políticos que consiguen la confianza de los electores a base de convencerles de ser la alternativa a la llamada vieja política. Lo curioso es que en Brasil, como en otros lugares del planeta, los representantes de la llamada nueva política se sitúan en los extremos. En Sao Paulo ha ganado un empresario de éxito. En Río de Janeiro lo ha hecho el candidato de un partido situado a la izquierda del PT. La polarización y el vacío que se registra en el centro no son buenos síntomas. Es urgente preguntarse por las razones de este desplazamiento del voto que demuestra un cansancio social ante un sistema que se empieza a oxidar.