Desde su toma de posesión como presidente de los Estados Unidos, Donald Trump está dando una imagen de torpeza y de improvisación en política internacional, como es el caso de la escalada de amenazas con Corea del Norte. Pero donde más torpeza ha demostrado el presidente norteamericano ha sido en su anuncio de una presunta intervención militar en Venezuela, en un intento de amedrentar al desafiante aprendiz de dictador, Nicolás Maduro, porque mejor favor no podría haberle hecho. Al margen de la gravísima situación que están padeciendo los venezolanos, la amenaza de Trump ha desatado una oleada de dignidad nacional ante lo que supone una injerencia fuera de lugar, que ha sido condenada por la mayoría de los venezolanos. El mismo cardenal Urosa, arzobispo de Caracas, ha rechazado de plano esta amenaza sin sentido, que recuerda tristemente la experiencia vivida en Cuba con las consecuencias que se conocen.

Esto no quiere decir, añadía el cardenal, que la situación de crisis social, política y económica que sufre Venezuela sea cada vez más grave y exija otro tipo de medidas. “Somos los venezolanos y, en especial el Gobierno que los ha creado, los que tenemos que resolver nuestros problemas”, afirmó el prelado cuya posición contra las exacciones de Maduro no deja lugar a dudas. Lo que resulta incomprensible es que desde España, el partido socialista, en su imparable proceso de “podemización”, haya tratado de minimizar la crisis venezolana con el curioso argumento de que es la prensa la que está exagerando la represión de Maduro, que arroja ya 126 muertos y miles de detenidos entre la población civil aparte del encarcelamiento de los líderes de la oposición. Salvadas las distancias, ni Trump con sus amenazas ni Sánchez con su mirada comprensiva hacia Maduro van a contribuir en nada a resolver la locura desatada del chavismo.