Jose Oliva

Las primeras cartillas de racionamiento de 1940, el origen del plato combinado, el mercado negro, los primeros recetarios y la ayuda americana se explican en la exposición "El hatillo de la posguerra", que evoca las dificultades de alimentación de la España autárquica del franquismo.

La exposición, que se exhibe en el Museo de Historia de Cataluña hasta el próximo 14 de octubre, pone el objetivo inicial en los núcleos familiares, que en 1940 recibían la primera cartilla de racionamiento del nuevo régimen.

"Las cartillas primero fueron familiares y en 1943 se cambiaron por cartillas individuales e infantiles porque la astucia y el hambre hacían imposible llevar un buen control y las familias intentaban conseguir más alimentos manteniendo como miembro de la familia a un difunto o borrando los sellos que se estampaban, por ejemplo", ha explicado a Efe en una entrevista el comisario, Sergi Freixes.

Había, recuerda Freixes, cartillas de primera, segunda y tercera categoría, las más comunes, y las emitía el ayuntamiento en función de los ingresos familiares.

En la exposición se pueden contemplar algunos ejemplares de estas cartillas, de las que "se han conservado pocas y ha costado recuperar", asegura.

El racionamiento obligaba a las familias a hacer largas colas para conseguir un número limitado de alimentos y de poca calidad, lo que provocó la aparición de un mercado paralelo al oficial, el mercado negro o estraperlo.

La picaresca se extendía también a los comerciantes y productores, que alteraban los campos, los productos y las balanzas para conseguir alimentos para el consumo propio.

La carne y los huevos eran los productos más escasos y, por lo tanto, los más preciados junto con el pan; y la leche y el aceite los más adulterados.

Estos productos podían lograr precios altísimos en el mercado negro y en la exposición se recuperan buenos ejemplos y anécdotas de hasta donde llegaba 'la trampa': en octubre de 1939, una docena de huevos podía costar 200 pesetas, un kilo de patatas entre 10 y 12 pesetas, un kilo de azúcar más de 100 pesetas y un litro de aceite 250 pesetas.

La exposición, señala el comisario, rinde homenaje al papel de la mujer y su rol en la economía doméstica: "el régimen difundía el nuevo modelo educativo, religioso y nacionalsindicalista, a través del Auxilio Social, organismo que distribuía alimentos entre la población afamada y adoctrinaba a la mujer como esposa, madre y reserva de los valores espirituales".

Las amas de casa de la época, continúa Freixes, aprendieron a salir adelante con boniatos, algarrobas, arenques, sopas y almorta. "Esta última leguminosa fue la causante de numerosas parálisis en las piernas de aquellas personas que comían poca proteína y la comían en exceso".

La exposición da cuenta asimismo del "día del plato único", impuesto por ley, que regía los días 1 y 15 de cada mes en los restaurantes, fondas y hoteles donde se servían comidas, por el cual los clientes sólo podían optar a un plato de verdura, de carne o de pescado, además de un postre, aunque pagando el precio habitual del menú.

Ante esta situación, los restauradores se las ingeniaron para crear el "plato combinado", un solo plato que tenía un poco de todo.

"El hatillo de la posguerra" exhibe ejemplares de los primeros recetarios, desde los experimentados Ignasi Domènech y Josep Rondissoni, que editó su gran obra maestra, "Culinaria", colaboró con Gallina Blanca e impartió clases en la sección femenina de la Falange.

La exposición se cierra cronológicamente a principios de los años 50, cuando aparecen nuevos aparatos de cocina como el Turmix de Suiza, "la Thermomix de la época", subraya el comisario, la batidora Minipimer, y acaba la época autárquica con la llegada de la ayuda americana del Plan Marshall (latas de leche en polvo, queso cheddar y mantequilla) y el fin del racionamiento y el mercado negro.