Jessica Martín.

Rocío Molina se define como una persona "muy firme", pero en el terreno artístico necesita "tambalearse". Por eso, crea sus propios "terremotos", que son la base de "Impulso", un "experimento" de improvisación que estrenará el domingo en los Teatros del Canal junto a la cantante Sílvia Pérez Cruz.

"'Impulso' no es para nada un espectáculo, es una parte del proceso de creación. Estamos investigando continuamente y, desde verano, hacemos estas improvisaciones en el estudio, entre nosotros, con amigos o ante un público muy reducido", señala a EFE la bailaora sobre ese trabajo con el que invita a conocer "las tripas de la creación".

Por ser íntimo, irrepetible y muy "de verdad", este proyecto le permite a Molina (Málaga, 1984) "jugar con un material desconocido" y ponerse a sí misma en una situación "incómoda", algo que considera esencial en el proceso de aprendizaje de un artista e "inevitable" en su caso.

"Necesito sentir ese riesgo, ese miedo. Me gusta provocarme situaciones que no tengo calculadas", revela.

Tal es su interés por lo sorpresivo que la malagueña ha llevado su "danza impulsiva" a parques, discotecas, iglesias, cárceles o salones de casa porque, explica, "en el estudio nunca ocurre nada diferente", mientras que "cuando te pones en un paisaje distinto, ese lugar te estimula y te altera".

De esa forma, se acerca más al ser humano: "Un artista no es solo lo que la gente ve en el escenario. Tenemos muchas historias que nos suceden, como al resto de las personas, y tenemos el poder de mostrar cosas a través de la emoción y añadirle todo ese contexto con el que una persona se puede sentir identificada en su día a día", dice.

En la actuación del domingo en Madrid estará acompañada de Sílvia Pérez Cruz, con quien intenta "romper los roles y los esquemas sin ningún tipo de pudor".

Ambas, que además de estar unidas por la amistad lo están por una fuerte conexión artística, creen que no importa quién sea la cantante y quién la bailaora.

"Tenemos que quitarnos el personaje de encima, ir a la masa madre de la emoción, como dice Sílvia", añade Molina, que en este momento de su carrera no busca la fuerza y el movimiento en lo físico, sino en la "quietud".

"Hubo un momento en el que había exceso de energía, casi espasmos, de los que yo no era consciente. Ahora eso lo estoy calmando a base de muchísimo trabajo", subraya la bailaora, que compara ese proceso con el de parar la "bomba" que hay en su interior.

Son algunos de los mensajes que le lanza el escenario, "un chivato" que también le empuja a seguir evolucionando, a "perderse" dentro de sus propias creaciones sin pensar en la finalidad.

Su interés, recalca, no está en hacer algo diferente solo por el hecho de "innovar" y le parecería "muy triste" que otros artistas lo hicieran. Ella, simplemente, "ama" el flamenco y la expresión del cuerpo a través del movimiento.

"No sé si lo que hago es moderno o no, porque a veces paso de unos extremos a otros. Solo sé que, si necesito llorar, lloraré y, si necesito saltar, saltaré. Busco mi verdad", sostiene.

Y, aunque se muestra feliz y satisfecha con su propia evolución profesional, la bailaora -que recibió el Premio Nacional de Danza a los 26 años- se muestra crítica con el trato que recibe la danza en España y califica de "torpeza" no sacar partido de "una materia prima tan buena".

"Parece que no es tan importante lo que hacemos. Es una pena que le den más importancia fuera que aquí", lamenta.