Los merecimientos en el mundo del deporte siempre me parecieron la coartada perfecta para los perdedores. A la victoria se llega por mil y un caminos y todos son válidos siempre que se respeten las reglas del juego.

No será la excepción este caso, pero si alguien puso en su cesta muchos más ingredientes para hacer una ensalada mejor a la de cualquier otro, ése fue Valencia Basket. Por muchos motivos, casi todos sabidos y también por otros que no deben quedar en las historias internas que a duras penas ven la luz.

Este sueño iniciado hace tres décadas partió del desencanto futbolero. El descenso a Segunda división del Valencia CF en 1986 dio pie a la desmembración de sus secciones deportivas entre las que estaba el equipo de baloncesto.

Desde entonces y bajo el imprescindible paraguas económico y de fe de los hermanos Roig (Juan y Fernando) con un desembolso cercano a los 200 millones de euros se ha conformado un proyecto que es la envidia de cualquier ciudad que ame este deporte.

Y que va más allá de los títulos que son vitales para la pervivencia de las leyendas. En sólo unos meses verá la luz 'L'Alqueria del Basket' una ciudad deportiva sobre 15.000 metros cuadrados, con 13 canchas de baloncesto (9 de ellas cubiertas) que acogerá a más de 1.000 jugadores.

Son motivos para entender la dimensión que ha adquirido este club que ha redondeado el círculo con la consecución del más difícil todavía. Tres finales en un año y el trofeo más complicado tras eliminar a los tres equipo con Licencia A (o derecho de pernada en la Euroliga), Barcelona, Baskonia y Real Madrid.

Una Liga, un sueño hecho realidad, que lleva sin disimulo la firma de su autor, Pedro Martínez, un currante del baloncesto (27 años en 11 equipos de ACB y más de 400 victorias) al que Valencia le estará eternamente agradecida por su trabajo discreto y su estruendoso colofón. Ojalá hubiera más como él.