Casi la mitad de las personas que viven sin hogar en España han sido agredidas o han sufrido algún tipo de humillación, insulto o vejación. La mayor parte de los autores de las agresiones son jóvenes que vuelven de fiesta y que consideran un divertimento agredir a los mendigos. Por si fuera poco, buena parte de esos jóvenes graban en su dispositivo móvil los actos violentos y los difunden por la red.La cruel fotografía nos pone ante el espejo una realidad social menos ajena de lo que pueda parecer a simple vista. No solo es una minoría marginal la que actúa así, y es pertinente la pregunta sobre cómo educamos para construir juntos una sociedad donde sea inimaginable tratar al otro como una cosa. El espejo nos devuelve el retrato de una sociedad con un marcado acento narcisista, donde un número considerable de personas se enorgullece de agredir a otro y lo graba y lo difunde como si de una hazaña se tratara.Informes así nos vuelven a poner delante la situación de emergencia educativa que atravesamos. No para elaborar un discurso apocalíptico sobre lo mal que está el mundo, sino para recuperar el justo valor de la civilización frente a la barbarie. Al final es una cuestión antropológica que nos interpela sobre cómo entendemos al hombre y cómo debemos actuar en consecuencia, en especial con los más vulnerables.