La universidad egipcia de Al Azhar, la más alta instancia educativa del ámbito musulmán, se ha unido a las voces de condena del terrorismo que se elevan en todo el mundo a raíz del secuestro de más de dos centenares de alumnas adolescentes de un colegio cristiano en Nigeria. Es significativo que esta prestigiosa institución tome postura en contra de una organización terrorista de cuño islámico, sin duda arrastrada por el clamor internacional contra la secta Boko Haram, autora del secuestro. Sin embargo esta asociación de criminales lleva más de diez años intentado imponer a través del terror un Estado islámico en el noreste del más poblado país africano, ante el silencio generalizado de las autoridades musulmanas. Más aún: según ha denunciado estos días monseñor Oliver Dashe, obispo Maidiguri, una de las ciudades más castigadas por la violencia islamista, esta no sería posible sin la complicidad de esas autoridades, en el fondo complacidas por la limpieza étnica y religiosa que lleva a cabo la secta. El mundo islámico se debate en una profunda contradicción interna que impide una actuación contundente y sin fisuras contra el uso de la violencia en nombre de Dios. Aquí está en juego, como señalara en su día Benedicto XVI, la relación entre fe y razón, y la concepción de la libertad del hombre creado por Dios. La postura de Al Azhar hace concebir la esperanza de que esa contradicción se clarifique deje sin ninguna cobertura a los fanáticos.