El Papa está decidido a poner toda la carne en el asador por la paz en Tierra Santa y Oriente Próximo. A la espera del encuentro de oración en el Vaticano, el próximo 8 de junio, entre el Presidente israelí, Simon Peres, y Mahmud Abbas, su homólogo palestino, el viernes volvieron a reunirse en Roma las agencias católicas que asisten a las víctimas de la guerra en Siria. En un momento en que el mundo mira hacia otro lado, a la espera de la victoria militar final del régimen de Bashar Al Asad, el encuentro ha servido para llamar la atención sobre el drama que afrontan los 2 millones de refugiados sirios o esos 9 millones de personas que permanecen atrapadas en el país y necesitan asistencia humanitaria urgente. Ya han muerto unas 150 mil personas en estos 3 años de conflicto, y pensar que el asunto se puede dirimir por la vía militar es, cuanto menos, iluso. La victoria que Damasco pretende legitimar con las elecciones presidenciales de este miércoles no será más que un paréntesis a la espera de que los grupos de oposición se rearmen. La Santa Sede insiste por ello en una decidida intervención internacional que empuje a las partes a la mesa del diálogo, pero antes, como advertía el Papa la pasada semana en Jordania, es necesario que dejen de llegar armas a Siria. Entre el afán de lucro de unos y la ceguera política de otros, se está hipotecando el futuro de toda la región, condenándola a seguir padeciendo la violencia aún por muchos años. Ésa es la perversa dinámica con la que el Papa quiere terminar.