Pero en una de las contiendas fue hecho prisionero y encerrado en un castillo por los enemigos. Así recibió la Luz de la Providencia para recordar la educación esmerada de su madre en la Fe, volviendo a ella en un gesto de conversión del corazón. Sus ruegos son escuchados hasta el punto de escapar milagrosamente de su cautiverio. Una vez liberado, se consagra especialmente a la Virgen y da todo cuanto posee a los necesitados. Pronto algunos Obispos que habían conocido la fama de Jerónimo le invitaron a asistir a los necesitados de sus Diócesis. Así empezaría a fraguarse un nuevo carisma: Los Clérigos Regulares de Somasca. La dedicación a los niños y los pobres sería su impronta. Tras salir fortalecido de diversas dolencias, enferma gravemente, rodeándose en sus últimos momentos de aquellos pobres a los que se había dedicado toda la vida. Muere santamente en 1537.