Pronto entra en contacto con el saboyano Cornelio Fabro y el español Juan de la Peña, dentro de cuyo grupo aparece también Ignacio de Loyola. Metidos de lleno en las discusiones terrenales, una frase del Evangelio que le invita a reflexionar Iñigo, le cambia de aspiración: “¿De qué te sirve ganar el mundo si al final arruinas tu alma?”. A partir de este momento, busca la santidad de vida, haciendo sus primeros votos en Montmartre, y ordenándose sacerdote tres años después. Cuando el rey de Portugal quiere atender sus posesiones en Las Indias, el grupo de Ignacio, -entre los que se encuentra Francisco Javier-, siente la urgencia de ir allí a evangelizar, ya que el Papa Paulo III apoya el proyecto. Su anuncio de la Buena Nueva da grandes frutos de comunidades cristianas incipientes, y nuevos hijos de Dios. Nombrado Provincial, quiere marchar a china para predicar allí también. Sin embargo, unas fiebres se lo impedirán, muriendo en 1552. Iconografía: Se le representa vestidod e caballero y con hábito jesuita, con un crucifijo en una mano y con la otra la concha para bautizar. Otros Santos: Hilaria y Sofonías.