En la profesión religiosa cambia su nombre –Pedro- por el de Crispín, marchando a Tolfa por espacio de tres años. Pero su apostolado también abarca Roma, además de Albano, Monteredondo y Orvieto, donde el Cielo le bendice con numerosos frutos espirituales y pastorales. Ante los problemas surgidos en la Orden se mostró optimista, manteniendo siempre las exigencias para avanzar en el camino de la perfección. Su sentido del humor se hizo notar en cada instante, así como su ayuda a los enfermos que venían a verle, y a los que curaba con las hierbas medicinales que cultivaba en el Convento. Su espíritu de santidad y sencillez contagió a cuantos le escuchaban en sus exhortaciones. Al igual que San Francisco de Asís, descubría la presencia del Señor en todas las cosas creadas y en la naturaleza. Muere en el año 1750 y es el primer Santo que canoniza San Juan Pablo II. Iconografía: Se le representa con el hábito capuchino de color marrón y en éxtasis orante ante la Virgen que se le aparece con el Niño Jesús. Otros Santos: La aparición del Apóstol Santiago, Florencio y Juana Artida.