El verano ha puesto sobre la mesa una cuestión silenciada durante los últimos tiempos: el uso del hiyab,  y ahora el burkini. Las imágenes de las jugadoras de waterpolo playa egipcias y alemanas en Río  han dado la vuelta al mundo. También lo han hecho los altercados sucedidos en las playa de Sisco, en Córcega, donde unos adolescentes retrataron a unas mujeres magrebíes que se estaban bañando cubiertas con un velo. El alcalde de Cannes ha prohibido el uso del burkini en sus playas y lo mismo están haciendo otros alcaldes de ciudades del sur de Francia. Mientras, Suecia y Alemania han regulado su uso y en España la decisión, con más o menos acuerdo y sentencia del Supremo por en medio, se ha dejado en manos de los Ayuntamientos.El yihab y ahora el burkini son símbolos de un reto que las instituciones políticas europeas, los gobiernos nacionales y las sociedades europeas tienen sobre la mesa. Y para resolverlo hay que contar con todos. Europa es una sociedad diversa, plural e intercultural. El desafío es que las identidades particulares dejen de ser ghettos para relacionarse abiertamente entre sí. Y para eso las políticas trazadas en Europa deben ser social, económica, política y culturalmente integradoras. Ciertamente estamos ante un cambio de época y hay cambios que nos desconciertan, cuando no, nos asustan. El yihab o el burkini no son el problema si se legisla desde la perspectiva de los derechos humanos y el respeto a la libertad. La política tiene el deber de traer el futuro al presente para evitar conflictos y sacar a la luz del día problemas que están ocultos. Y lo que está claro es que la cuestión del uso público de símbolos identitarios debe ser abordada públicamente, sin miedo ni prejuicios, con la presencia de los afectados y, cómo no, con ideas claras por parte de quienes desde las instancias políticas europeas, nacionales y supranacionales, tienen el deber de cuidar y promover los valores de la libertad, la igualdad y la justicia de todos.