Recuerda el texto de dicho Artículo: “los planes educativos en los niveles de educación preescolar y Educación General Básica (EGB) y de Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) y grados de Formación Profesional correspondientes a los alumnos de las mismas edades, incluirán la enseñanza de la religión católica, en todos los centros de educación en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales”. Y señala que “el ‘Protocolo final’ del Acuerdo contiene una previsión de adaptación de lo acordado a cambios futuros que puedan producirse en la ordenación del sistema educativo: ‘Lo convenido en el presente acuerdo, en lo que respecta a las denominaciones de centros, niveles educativos, profesorado y alumnos, medios didácticos, etc., subsistirá como válido para las realidades educativas equivalentes que pudieran originarse de reformas o cambios de nomenclatura o del sistema escolar oficial’. Todo ello le lleva a asegurar que no hay “ninguna base jurídica para una reducción administrativa de horarios y, menos, para la eliminación explícita o implícita de la clase de religión en ninguno de los niveles educativos bien sea en el formato didáctico actual o en el dispuesto para el próximo curso en los Reales Decretos de aplicación de la nueva legislación, como podría ocurrir con el bachillerato”. Es, advierte, “bien difícil de explicar el porqué y el cómo de ese más que deficiente trato adoptado por la Administración del Estado para la enseñanza de la religión en la nueva planificación escolar”. Y se pregunta si “se piensa o se cree que en el proceso educativo de la persona no cuenta para nada su dimensión espiritual y, por lo tanto, no vale la pena preocuparse por su educación ética y religiosa”; y si “se pretende de verdad superar la crisis del sistema educativo, tan palmaria actualmente y considerada por muchos como una de las causas principales de la crisis social y económica general que estamos sufriendo, sólo a partir de la educación y fomento poco menos que exclusivo de las facultades y posibilidades técnicas, instrumentales, físicas y psíquicas de los alumnos”. Recuerda que en su discurso a la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana , en mayo de 2010, Benedicto XVI habló de “emergencia educativa”, precisando que sus raíces están en “un falso concepto de hombre y en el escepticismo y relativismo ideológicos reinantes”. “Con el escepticismo y con el relativismo, además, se excluyen las dos fuentes de conocimiento que pueden orientar y guiar al niño, al adolescente y al joven por el verdadero camino de la vida: la naturaleza y la revelación”. “¡Qué equivocado es el camino pedagógico y didáctico, propiciado por la administración educativa, cuando no cae en la cuenta de la importancia de esa educación religiosa y moral -en el caso de España, la católica- para conocer y valorar debidamente la propia historia en toda su complejidad cultural, socio-económica y política y para poder comprender lúcidamente toda la hondura de la clave espiritual que la explica, es decir, para comprender su “intra-historia!”, asegura. El papa Francisco, en la ‘Evangelii Gaudium ’, “apunta al mismo origen antropológico y teológico de la crisis educativa: ‘el proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo intelectual. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y de la juventud’”. (EG, 64). “No menos equivocado es el camino del reconocimiento del derecho de los padres a la educación moral y religiosa, que quieran para sus hijos, en términos de ‘mínimos escolares’. Y, por supuesto, su implícita desconexión con esa exigencia principal y central del bien común que es la protección y promoción de la familia”, afirmó. “La superación duradera y real de ‘la crisis’ pasa inequívoca e inesquivablemente por el restablecimiento de su ‘salud’ pastoral y espiritual”. “Si no se consigue apoyar e impulsar todo un proceso cultural de recuperación moral y espiritual de las personas, de las familias y de la sociedad entera, la recuperación económica tampoco será posible, sobre todo, a medio y largo plazo”. Para el Cardenal, “aún hay tiempo para andar el buen camino del debido tratamiento jurídico-administrativo de la enseñanza de la religión antes de que comience el próximo curso escolar. A los padres de familia católicos, a la comunidad eclesial y a sus pastores, nos urge y apremia el tomar de nuevo conciencia viva y activa de la gravedad de un problema que afecta de lleno al futuro del bien integral de nuestros hijos”. Confiando a la Virgen “y a sus desvelos maternos por los más débiles de sus hijos: los niños, los adolescentes y los jóvenes”, concluye deseando a todos “¡un verano verdaderamente feliz y provechoso para el cuerpo y para el alma!”.