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Las miradas que matan

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Tiempo de lectura: 2'Actualizado 17 mar 2017

Terminó el partido de ayer y los jugadores no sabían hacia dónde mirar. Realmente, nadie sabía muy bien dónde colocar los ojos tras el tercero del Albacete. Cuando pasa una cosa así, la sensación para el aficionado es muy molesta, irritante. Unos pocos buscaban al entrenador, pero el entrenador ya se había marchado del campo. Otros al presidente, a quien los fotógrafos cazaron en el palco con una sonrisa plácida, como de quien sabe mucho más que todos los demás. Los más, al puñado de jugadores que se quedaron a aguantar el chaparrón. Huérfanos en la inmensidad del verde. No se les distinguían los rostros, porque muchos se lo tapaban con las manos. Ni ellos mismos sabían dónde poner los ojos. Tal vez sus rostros parecieran desfigurados desde la distancia, como en un cuadro puntillista de Seurat. Tal vez se estuvieran descomponiendo. El Córdoba ya era entonces, por (de)méritos propios, el peor de toda una vuelta y el más goleado del campeonato. Ya está a una única derrota de batir un nuevo registro negativo como local. Nadie duda ahora mismo de que están perfectamente capacitados para conseguirlo. Luego ya llegó la rueda de prensa y, en una intimidad muy pública, el entrenador y los periodistas vivieron su particular duelo a la sombra. Coto cerrado de caza, según él, porque a nosotros no nos vale ni que el Córdoba gane. Más de lo mismo dijo luego Andone, a quien nadie ha podido ni puede censurar porque su temporada está siendo sobresaliente. Ambos, en un curioso y singular efecto bumerán, nos devolvían esas miradas que otros les habían lanzado. El mensajero nunca tiene la razón. El mensajero debe morir. Y así seguimos. Y así seguiremos. Porque Oltra tiene fuerzas. O porque nadie tiene fuerzas de los que mandan para que él deje de tenerlas. O porque a algunos les remuerde la conciencia por no haber invertido cuando debieron (es decir: en enero). O porque ya no importa tanto lo que se está jugando en el campo como la batalla de las cuentas y los despachos. O porque realmente desde dentro confían en el entrenador incondicionalmente por vez primera en cuatro temporadas. ¿Se imaginan? Yo no.  

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