La novela “tiene como hilo conductor las enseñanzas del doctor Luís Fovel, un hombre misterioso al que un jovencísimo Sierra conoce una tarde de finales de 1990 frente a La Perla, una de las mejores tablas de Rafael”. A partir de ese encuentro, “Fovel recorrerá con el autor las salas del museo y le descifrará los enigmas que esconde su colección renacentista, proporcionándole una serie de pautas que llevarán al escritor mucho más lejos de lo que nunca hubiera imaginado”, explica en su Web.
“Algunas de las enseñanzas de aquel hombre estaban conectadas realmente con informaciones con las que he tropezado en la biblioteca de El Escorial, la primera en el mundo que tiene una sección de libros reservados, obras vinculadas con alquimia, astrología, necromancia... Hubo artistas que tuvieron acceso privilegiado a esas fuentes, que influyeron en algunos pintores como El Greco”, explica Javier Sierra en La Mañana.
“Todos los pintores en el fondo eran alquimistas”. En el Renacimiento buscaban minerales exóticos en los mercados o encargaban a navegantes que trajeran especias o determinadas plantas para hacer sus mezclas. Se valoraba una obra en función de los materiales de los que estaba hecho. No era lo mismo pintar sobre madera de roble que sobre chopo”. De todas maneras, aclara “en el fondo no era lo mas importante sino el mensaje o el espíritu con el que se pintaban. Algunos conservan el mismo espíritu que las primeras pinturas hechas por el ser humano hace 35 mil años. Había una propósito mágico, espiritual, que es el que conservan algunas pinturas de El Prado”.
Entre ellas se encuentra “El Jardín de las delicias” de El Bosco, “la Gloria” de Tiziano, encargado por Carlos V “con instrucciones muy precisas”.
Si quieres escuchar su argumentación PINCHA AQUI