Mientras no cesa el goteo de noticias sobre persecución, secuestros y violencia contra los cristianos en distintas partes del mundo, particularmente en Siria e Irak, el Papa Francisco nos ha pedido este domingo que no nos olvidemos del drama, que nos mostremos cercanos a ellos y que recemos insistentemente para que lo antes posible se ponga fin a la intolerable brutalidad de la que son víctimas. Ese el primer paso. Debemos mantener la conciencia bien despierta y seguir denunciando la masacre. No puede ser que solo clamemos y saquemos la bandera de la libertad de expresión cuando los asesinos del llamado Estado Islámico cometen un atentado terrorista en un país occidental. Lejos del escaparate mediático más llamativo, pero de manera tan brutal como constante, miles de cristianos están siendo aniquilados en todo el mundo a causa de su fe. No son los únicos, pero la persecución contra los cristianos es casi tan llamativa como el velo de silencio que en la comunidad internacional existe en torno a ello. Cuando se cercena de esta manera un derecho fundamental como es la libertad religiosa, la sociedad debe mostrar su fibra moral en la denuncia sin paliativos, como hace de forma reiterada el Papa, y poner todos los medios legítimos a su alcance para que acabar con esta lacra. Ni como sociedad ni como individuos podemos permitirnos que esto siga así. Es hora de que cada uno, de acuerdo a nuestras posibilidades, nos preocupemos por aliviar los sufrimientos de los hermanos que están en la prueba. No hacerlo y mirar para otro lado sería tan cobarde como indigno.