Este martes se pone en marcha el bienio legislativo en la Cámara de Representantes y en el Senado de Estados Unidos. La mayoría de las dos cámaras es republicana, pero para los cambios importantes los republicanos van a necesitar un buen puñado de votos demócratas. No será fácil derogar algunos aspectos de la herencia de Obama, por ejemplo el sistema de protección sanitaria. Probablemente las cámaras republicanas van a ser decisivas porque, en una situación sin precedentes, van a ser la oposición real al presidente de su propio partido. El partido republicano ni está de acuerdo con el acercamiento a Putin que impulsa Trump, ni con un plan de infraestructuras que dispararía el déficit público. Son solo dos ejemplos de un tira y afloja que tendrá muchos capítulos. El gobierno que se ha preparado Trump en el largo período de transición está formado por generales y hombres de empresa. No necesariamente tienen por qué aplicar sus promesas más radicales en materia de inmigración o de política comercial. El partido republicano está llamado a ejercer un importante contrapeso. Trump ha llegado a la Casa Blanca, fundamentalmente, porque la clase media blanca de los Estados Unidos está harta de perder poder adquisitivo, de unas élites lejanas, y sobre todo, de un estado de malestar que se refleja en la tasa de suicidios, de alcoholismo y de drogadicción. Y no se responde a esta situación con utopías aislacionistas.