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Escrito del Obispo de Ávila en la fiesta del día del Carmen

Queridos diocesanos, el día 16 de julio festejamos a la Bienaventurada Virgen María, en la advocación de Nuestra Señora del Carmen, una fiesta bien arraigada en nuestro pueblo de Ávila, que merece la pena vivirla desde lo hondo de nuestro corazón. Para ello os invito a reflexionar unos minutos sobre la experiencia que tuvo de María nuestra querida santa Teresa.

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 09 may 2017

Teresa pasó paulatinamente desde una devoción superficial a la Santísima Virgen hasta introducir su presencia en lo hondo de su vida espiritual y en su oración. Entre las gracias singulares que recibió Teresa, algunas estuvieron directamente relacionadas con la Santísima Virgen. Concretamente, obtuvo dos gracias de María: el don de una pureza total y una vestición por parte de nuestra Señora, que le anunciaba el hecho de que sería madre de una nueva familia, el nuevo Carmelo reformado. Así lo cuenta la Santa: «Parecióme, estando así (en arrobamiento grande) que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quien me las vestía. Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa… Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego pareció asirme de las manos nuestra Señora… Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora… Parecíame nuestra Señora muy niña» (V 33, 14). Recorriendo sus escritos, toda su vida estuvo salpicada de las gracias que le hace la Señora del Cielo. Su presencia llena de luz y de amor se le hace cada vez más viva, dejándose sentir en su alma como Madre, Maestra y Consejera, como amparo seguro, como camino seguro para ir a Cristo. La presencia de la Virgen es palpable en todo lo suyo, viven unidas, diríase que comparten todos los afanes de la vida, gozando con la misma gratitud. En las manos de María deja sus deseos de perfección para que ella la guíe por los consejos evangélicos hasta su Hijo. De todo corazón quiere que sea la Virgen quien lleve las riendas de su vida: «En el día de nuestra Señora de la natividad tengo particular alegría. Cuando este día viene apréciame sería bien renovar los votos, y queriéndolo hacer, se me representó la Virgen Señora nuestra… y parecióme los hacía en sus manos, y que le eran agradables» (R 48).Las gracias místicas no la sustraen de la vida ordinaria, sino que la abrasan en deseos de servir a la Madre de Dios, conformándose en todo con su vida, a quien pretende imitar para llegar mejor a la íntima unión con Cristo. Cuenta en el libro de su vida: «en un arrobamiento se me representó su subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está… Quedé con grandes efectos, y aprovechóme para desear más pasar grandes trabajos y quedóme gran deseo de servir a esta Señora, pues tanto mereció» (V 39, 26). En la Santa existe un cierto paralelismo entre la experiencia mística referida a Cristo y la referida a María. Ambas buscan la gloria de Dios y la santificación de Teresa, que sirve a la Iglesia con su oración y con el sacrificio de sí misma. Y este fue también uno de los fines de sus fundaciones: «que se guardase esta Regla de nuestra Señora y Emperadora» (CV 3, 5); y «poder en algo servir a nuestra Madre y Señora y Patrona… y poco a poco se irán haciendo cosas en honor y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo» (F 29, 23. 28). El mismo fin buscan los escritos de la Santa: «Si algo hubiere bueno, sea para gloria y honor de Dios y servicio de su sacratísima Madre, Patrona y Señora nuestra, cuyo hábito yo tengo, aunque harto indigna de él». Queridos diocesanos, todo en la vida de Teresa pretende el servicio y el honor y gloria de María. En esta fiesta del Carmen aprendamos a crecer en el amor y la devoción a la Santísima Virgen María, a pasar de una devoción superficial a introducir su presencia en nuestra existencia y a sentirla como madre, maestra y consejera, como amparo seguro, como camino seguro para ir a su hijo Jesús, y llegar así mejor a la unión con Cristo.

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